lunes, 29 de octubre de 2007

El dia despues

Por Maribel Rodríguez

¡Pues sí! Mi querido Rafa —y no se si estoy parafraseando a Chatán—, pero sí se destaparon los recuerdos. Y no el 15 ni el 13, respectivamente, sino antes. Desde el primer mail o el primer telefonazo de Silvestre o de Chucho, no me acuerdo. Desde que empezamos a saber los unos de los otros. Desde que decidimos asistir o no al primer novenario (en masculino, digo, por eso de los muertos). Desde que nos acordamos de acordarnos. No se si así lo dijo Claudia, pero finalmente somos lo que somos gracias a lo que hemos sido. Y fuimos y somos porque hemos vivido. Y los recuerdos no son fantasmas ni ánimas que se nos aparecen de repente: Son la visualización de esa parte de nuestra vida. Son y existen y tienen la misma vida que nosotros, porque son una parte indisoluble de nuestras vidas.

Yo lo dije después de la primera reunión: Aún cuando hemos cambiado, en esencia seguimos siendo los mismos, si no ¿Cómo entender que no necesitamos decirnos nada para sabernos los de antes? ¿Cómo explicar la complicidad, el no tener que hacer un relato de nuestras vidas para darnos cuenta de lo que hemos vivido? ¿Cómo explicar “la noche de anoche” que vivimos los que, al más puro estilo de antaño, nos quedamos dormidos como hace 26 años, sin necesidad de camas, ni pijamas, acomodado cada uno donde pudo?

Y luego “el día después”, igual, como antes, cada uno recogiendo sus bártulos. Los que se fueron primero, sólo una pequeña despedida, por que sabían que no necesitaban más. Los que nos quedamos, un café con galletas y otra vez los recuerdos, pero ahora los de ahora, es decir, los de ayer ¡Bueno que ya era hoy! Es decir los de “la noche de anoche” (que parte fue la madrugada de hoy).

Los mismos chistes, los mismos chismes, los mismos… mismos. Los mismos de antes, los cómplices de hoy, que también fueron los de antes. ¡Claro que hay diferencias! ¿O no Ale? Antes no me daban propina. La misma Ale, la de ayer, la que pocos conocimos en todo su esplendor, el mismo humor negro ¡Me cae que eres un personaje! Pero te escondes con esa carita de niña buena: ¡Sólo a ti se te pudo ocurrir lo de la propina, de verdad! (Y queda entre nosotras, por aquello del misterio).

Pero… sí ¡Claro que somos diferentes también!
Aída no es aquella Aída tímida, que también pocos tuvimos la fortuna de conocer. Pero no necesitó platicar el resto de su vida, es decir, de allá a acá, no el resto de ahora en adelante. Por lo menos a mí, no tuvo que decirme gran cosa para darme cuenta que, no importa lo que tuvo que vivir, hoy es más fuerte, más grande, más viva (de vida). Pero tan es ella, la misma Aída que con estar allí fue suficiente para que todos, los que no convivieron con ella, supieran que era Aída ¡La mismísima!

Y aunque Chatán diga que después de ese 13 (y toco madera por aquello de la suerte) ya nada iba a ser igual, yo digo que ahora más que nunca todo es igual. Porque si no fuera así, ninguno nos reconoceríamos como lo hacemos, nos hablaríamos como lo hacemos, nos escribiríamos como lo hacemos. Si no fuera igual, todo hubiera sido distinto, ninguno nos hubiéramos sentado como antes y como hoy, ni habríamos cantado igual que antes.

Somos los mismos. Yo no soy como tu dices Rafa, por que no es verdad que soy irreverente, soy la misma desenfrenada de antes ¡Eso sí! La que toma las cosas como le vienen, como bien dices mi querido Rafa, “¡Coño si sólo se vive una vez!” (Como canción). Y así hemos vivido, porque siempre hemos sabido que así nos íbamos a tragar la vida: Así a tragos, porque si no, hubiéramos sido diferentes desde el principio, y de haber sido así, yo no hubiera estudiado biología en la UAM Xochimilco, ni hubiera hecho lo que hice, ni me habría hecho amiga de mis amigos, ni me hubiera atragantado de todo como lo hice.

Y de verdad Chatán ¿Crees que el haber conjurado los recuerdos y pateado “tu baulito” nos cambió para siempre? ¿No será al revés? ¿No será que decidimos conjurar a los fantasmas del recuerdo para ver si vivíamos o cambiábamos lo que no pudimos en su momento? Es pregunta. Tú por ejemplo, hoy me pareces tan cercano, como lejano te sentía en aquellos años. Siempre estabas ahí (como dice Ale), pero nunca supe si nos veías. Ya te lo dije hace poco: A mí por lo menos, me parecías un ser de otro mundo, y sin embargo el día después de la noche de anoche, eres mucho más Chatán del que nunca habías sido.

Yo no sé, ni quiero saberlo, es más, lo único importante es que ese amasijo de recuerdos nos “arrejuntó” de nuevo. Nos hizo acordarnos de todos aquellos que siempre hemos estado, pero se nos había olvidado. Yo también te prefiero así, Rafa, que en el olvido, mi olvido. También prefiero a esta Claudia, que lo único que tiene de diferente es su mega doctorado en biología, porque ni el acento tamaulipeco le cambió, igualita Claudia, la misma que siempre me hablaba, que siempre me decía, que siempre estaba, es más ¡Tú eres la irreverente! La que has pasado también por encima de los convencionalismos, pero como si nada, lo que pasa es que yo hablo muy fuerte, por eso todo mundo se entera (es broma).

La primera reunión pensé que Emma era una revelación, y efectivamente lo sigo pensando, pero sólo por eso, porque te me revelaste, es decir, no te conocía. Quizá siempre fuiste así (también es pregunta) y sólo te fuiste revelando, es decir, te fuiste acomodando en tu verdadera Emma, a gusto, por lo menos así te ves y te veo, y te ven los demás ¿Verdad Rafa?

Y que alguien me diga que Chucho es diferente al Chucho de antes, al “bueno de Chucho” (como dice Chatán), bueno, como diría Antonio Machado, en el buen sentido de la palabra bueno. ¿Alguien lo vio diferente? Me refiero a la esencia de Chucho obviamente.

Carlos: Ni que decir de ti. Por fortuna en estos miles de años que han pasado, hemos tenido oportunidad de vernos varias veces —la anterior al 15 en condiciones muy tristes para ti— y siempre con el mismo afecto y cercanía ¡Gracias por tu amistad!

Sílver, ya sabes (y ¡Claro que lo sabes!): Entre nosotros no hay nada que decir. Siempre hemos estado juntos. Por suerte la vida decidió no separarnos y permitirnos compartir pedazos enormes de vida, de tiempo, de sentimientos, de trabajo y de amores (¿Por qué carajos no iba a ser así?). Los tuyos y los míos. Siempre igual dejando la vida en ello. Despellejándonos en cada uno, hasta las últimas consecuencias. Desde entonces mi queridísimo Sílver… hasta ahora. Ni qué decir: Tú y yo sí somos los mismos.

Luís: Otra revelación. Gracias por quedarte y compartir con los que antes siempre nos quedábamos tu gratísima presencia. Gracias por tu nota de despedida y por que tu cooperación monetaria para la comida dio pie a una de las anécdotas más chistosas del día siguiente (ahí queda, para quien la inventó).

Y los que me faltan, no por menos importantes, sino porque igual que en la universidad se me fueron muy rápido. Cuando voltee ya no estaban y yo me los había perdido, Carolina, Alejandro, Isabel. Tú Mario, por ejemplo, ya me lo dijiste el 15, te caía pésimo en la escuela y como dices que te respondí entonces: Lo que pasa es que no me conoces. Y lo que pasa es que yo tampoco tuve el tiempo de conocerte bien, ni a ti, ni a Carmen. Sin embargo el 15 y el 13, los sentí más cercanos, así de fácil, la neta de frente. ¡Que bueno que se me aparecieron, por lo menos yo los empecé a disfrutar!

Tú no Jóse. Tú no te me perdiste nunca, pero de eso me di cuenta hasta ahora, hasta que volví a ver tu sonrisa que, igual que entonces, transmite esas ganas de vivir a tope —es más: No sé a quién se le ocurrió eso de las “monjas”— y de ser feliz. A ti sí que pude conocerte (aunque sea un poco).

Por supuesto que todos somos diferentes. Quizá mejores o peores, da igual. Algunos más exitosos que otros, da igual. Pero finalmente somos los mismos, y para muestra ahí queda “La noche de anoche”, que es decir, El día después. Si alguien notó la diferencia, que me lo diga.
¡Y que Dios reparta suerte para seguir reencontrándonos!

No hay comentarios: