jueves, 20 de diciembre de 2007

Lo imposible es a veces lo nunca intentado

Por Carlos Quiroga Treviño:

Los japoneses siempre han gustado del pescado fresco. Pero las aguas cercanas a Japón no han tenido muchos peces por décadas. Así que para alimentar a la población japonesa, los barcos pesqueros fueron fabricados más grandes y así pudieron ir mar adentro todavía más lejos.
Mientras más lejos iban los pescadores, más era el tiempo que les tomaba regresar a la costa a entregar el pescado. Si el viaje redondo tomaba varios días, el pescado ya no estaba fresco.
A los japoneses no les gusta el sabor del pescado cuando no es fresco...Para resolver este problema, las compañías pesqueras, instalaron congeladores en los barcos pesqueros. Así podían pescar y poner los pescados en los congeladores. Además los congeladores permitían a los barcos ir aún mas lejos y por más tiempo. Sin embargo, los japoneses pudieron percibir la diferencia entre el pescado congelado y el pescado fresco, y no les gusto el pescado congelado.
El pescado congelado se tenía que vender más barato....Así que las compañías instalaron tanques para los peces en los barcos pesqueros. Podían así pescar los peces, meterlos en los tanques,mantenerlos vivos hasta llegar a la costa de Japón. Pero, después de un poco de tiempo, los peces dejaban de moverse en el tanque.
Estaban aburridos y cansados pero vivos. Desafortunadamente, los japoneses también notaron la diferencia del sabor. Porque cuando los peces dejan de moverse por días, pierden el sabor 'fresco-fresco'. Los japoneses prefieren el sabor de los peces bien vivos y frescos, no el de los peces aburridos y cansados que los pescadores les traían...
¿Cómo resolvieron el problema las compañías pesqueras japonesas? ¿Cómo consiguieron traer pescado con sabor de pescado fresco? Si las compañías japonesas te pidieran asesoría, ¿qué les recomendarías?
Tan pronto como alcanzas tus metas; Tales como empezar una nueva empresa, pagar tus deudas, encontrar una pareja maravillosa, o lo que sea. Tal vez pierdas la pasión. Ya no necesitarás esforzarte tanto, así que solo te relajas. Experimentas el mismo problema que las personas que se ganan la lotería, o el de aquellas personas que heredan mucho dinero y que nunca maduran, o el de las personas que se quedan en casa que se hacen adictos a los medicamentos para la depresión o la ansiedad.
Como el problema de los pescadores japoneses, la mejor solución es sencilla. Lo dijo L. Ron Hubbard a principios de los años 50. 'Las personas prosperan, extrañamente más, solo cuando hay desafíos en su medio ambiente'. Hubbard escribió en su libro -Los beneficios de los desafíos- 'mientras más inteligente, persistente y competente seas, más disfrutas un buen problema'.
Si tus desafíos son del tamaño correcto, y si poco a poco vas conquistando esos desafíos, te sientes feliz. Piensas en tus desafíos y te sientes con energía. Te emociona intentar nuevas soluciones. Te diviertes, ¡te sientesvivo!
Así es como los peces japoneses se mantienen vivos: para mantener el sabor fresco de los peces, las compañías pesqueras todavía ponen a los peces dentro de los tanques en los botes pesqueros. Pero ahora ellos ponen también ¡un TIBURÓN pequeño! Claro que el tiburón se come algunos peces, pero los demás llegan muy, pero muy vivos... ¡Los peces son desafiados! Tienen que nadar durante todo el trayecto dentro del tanque, ¡para mantenerse vivos!!En lugar de evitar los desafíos, brinca hacia ellos y dales una paliza. Disfruta el juego. Si tus desafíos son muy grandes o son demasiados, nunca te rindas. El fracaso te cansará aún más. Mejor, reorganízate. Encuentra la determinación, la información, el conocimiento y la ayuda que requieras.
Cuando alcances tus metas, proponte otras mayores. Una vez que satisfagas tus metas familiares, busca alcanzar las metas de tu grupo, tu comunidad,hasta de la humanidad completa. Nunca crees el éxito para luego acostarte sobre él. Tu tienes recursos,habilidades y capacidades para lograr lo que te sueñas, para hacer la diferencia, para lograr el cambio que te propones.Así que, invita un tiburón a tu tanque, y descubre ¡qué tan lejos realmente puedes llegar!

miércoles, 5 de diciembre de 2007

De nàufragos y naufragios

Por Maribel Rodríguez:

Algunas veces la vida te enfrenta a uno de esos cambios radicales que pasan siempre por el desamparo del naufragio. Y es que desde tiempos inmemoriales el naufragio representa ese peculiar deber humano de enfrentar, cada uno en la solitaria embarcación de su vida, las tormentas y tempestades de su espíritu.

Por paradójico que parezca, quien enfrenta una aventura así, ya no va a la deriva. Por el contrario: Su vida adquiere rumbo y los vientos más violentos, ni lo arrastran ni lo agitan.

Un náufrago pasa por el mayor acontecimiento de la conciencia: Dejar de ser un ser humano más, para ser únicamente sí mismo

Naufragar es, en el rico lenguaje de los mitos, requisito para SER plenamente.

Al regresar del mar, el náufrago declara: SOY. No necesita más títulos. Quien se ha enfrentado a sus tormentas sabe quien es y lo que vale, sin recurrir a las estridentes muletas (currículum, posesiones, oficinas, títulos, etc.) que el ego ha creado para darse aires de grandeza.

Según Nietzche: “Sólo quien no ha tenido naufragios, ni horas silenciosas para enfrentarse a sí mismo, puede darse el lujo de la estridencia o el monólogo”.

En la identidad...... la diferencia

Por Maribel Rodríguez.

Cuando intentaste explicarme, con ese estilo rebuscado, sutil pero poco claro que te caracteriza, por qué no deberíamos seguir viéndonos, no te entendí. Realmente pensé que habías usado el argumento más fácil para terminar un conato de relación con alguien que, aún pareciéndote atractiva físicamente, no te causaba ninguna otra emoción.

Quizá haya algo de eso, no me atrevo ya a dudarlo. Sin embargo después de leer lo que has escrito, entonces me doy cuenta que realmente somos diferentes. Muy diferentes. No es sólo la forma de vestir o de hablar. Tampoco la zona en que vivimos cada uno de nosotros, ni el coche que usamos. Ni siquiera la gente o los lugares que frecuentamos. Es mucho, mucho más que eso… y también muchísimo menos que eso que piensas.

Creo que es una cuestión de identidad. Pero no en el sentido estricto de la palabra, sino en un sentido global. No es sólo lo que eres, sino lo que representas… para ti y para la gente que te rodea. En otras palabras: Es lo que has hecho a lo largo de tu vida para crear esa identidad, que además es una imagen ¡Eso sí… tal cual las imágenes que creamos de los santos! Nadie sabe si fueron así... ¡Pero es así como los imaginamos! Y entonces se convierten en una especie de verdad. Así eres tú.

Con todo, me queda la duda: No sé si esa imagen de tu identidad, o esa identidad imaginada, es el final o parte del trayecto; de esa tu peculiar forma de vida que te has empeñado en construir. No sé si sea verdad que has pagado un precio por ello, o si has pasado por encima de todo con tal de hacerlo. El caso es que así lo decidiste: No hoy, ni hace un mes cuando por alguna extraña razón me buscaste… y me encontraste. Hoy hablas de diferencias… y yo también.

Es evidente, para quienes te conocimos hace 26 años, que esa imagen que hoy proyectas a la vida no ha sido siempre la misma. Aunque digas que siempre quisiste ser lo que eres hoy… no. ¡No es verdad! Hace 13 años no te parecías en nada al que eres hoy. ¡Tampoco sé quién querías ser entonces! Aunque para entender lo que me pasó contigo, no tiene sentido ir hasta el allá. ¿O sí?

El ser humano de hoy, ese que me dijo: — Veme a mí… y vete a ti ¿No te das cuenta de la diferencia? Ése que, quitando el sarcasmo y la descalificación, trató de explicarme esa diferencia, realmente es diferente… ¡sí! Diferente a mí y al que yo conocía. ¡Bueno, es un decir que lo conocía! La verdad es que nunca te conocí: Ni antes… ni ahora. Pero… sí: Eres diferente.
Después de leerte no me quedó la menor duda de lo alejados que estamos. ¡Claro que entiendo lo que escribes! Pero lo entiendo racionalmente… no existencialmente. No entiendo tu motivación. No sé qué te hace vivir y escribir como lo haces.

Quizá aún habiéndome puesto unos trapos, como dices, y habiéndome ido en microbús al primer festival de arte anticapitalista, todos se habrían dado cuenta de mi impostura. Aún con un disfraz impecable y con un tono de voz distinto, no habría podido pasar por uno de ellos… por uno de ustedes… por uno como tú. No sé en qué radica pero, querido, ¡Sí somos diferentes y ni con disfraces podríamos acercarnos!
Y somos diferentes porque, después de leerte, me doy cuenta que yo nunca podría haber captado, como tú, el sentimiento de un ser humano que al salir de su país y convertirse en “emigrante”, pierde su calidad y esencia de humano. ¡No! ¡Yo nunca hubiera podido hacer sentir a alguien lo que sentí después de leerte! ¡Nunca y ésa sí es una gran diferencia!

Por eso te digo: No sólo nos vestimos y vivimos de forma diferente: Sentimos y transmitimos lo que sentimos también de forma distinta, y eso ¡Es imposible cambiarlo!

¡Sí! Sí me puedo poner unos trapos, subirme al micro, llegar al centro de Tlalpan y echarme unos tequilas con tus cuates. ¡Pero no puedo sentir, ni vivir como tú! ¡Ésa es la gran diferencia! Y seguramente tienes razón: Sólo con verme y oírme, cualquiera de los que comulgan con tu forma de pensar, estaría de acuerdo en que soy la viva representación de todo lo que repudias desde lo más profundo de tus entrañas y que no es importante para ti.

¡Sí! Somos LA DIFERENCIA, lo desigual, una emulsión agua y aceite que, si se agita con fuerza, parece que se mezcla, pero que, en reposo, regresa a su estado natural: Cada uno por su lado y no hay unión posible. ¡Es así y punto!

A veces pasa: Aún asumiendo la imposibilidad de integrarse, de acoplarse, te llama la atención ese estado diferente. Vas y te acercas. Y mueve el sistema lo suficientemente fuerte como para que se emulsione, hasta que para la sacudida y todo regresa a su estado anterior. También yo: La diferencia es que yo no me di cuenta de la DIFERENCIA. De esa diferencia en la identidad de cada uno.

Lo tuyo

Por Maribel Rodríguez:


Un amigo mío me dijo —en total desacuerdo con el dicho de otro amigo, hoy difunto: — No mi reina, lo tuyo, lo tuyo, son las historias, la fantasía. No las historias fantásticas. La fantasía. Ésa que te hace desaparecer del presente para transportarte a cualquier lugar, al que tú quieras… corazón. Al mismísimo centro de la tierra. Porque tus historias tienen que ver con eso: Con la tierra. No sé si por profundas, o por oscuras, pero esas historias, las tuyas, me hacen irme a donde tú quieras. Me transportan. ¡No perdón! Me transforman. Me hacen ¡Noooo, no, no es cierto! Me haces. Me conviertes en lo que tú quieres.

Y continuó: — Pero no eres tú. Son tus historias. Por eso, mi reina, lo tuyo, lo tuyo, son las historias, pero no cualquier historia, tus historias, las que tú inventas cada vez que te veo. Cada vez que te siento, afuera y adentro. ¿Cómo iba a imaginarme que tu verdadera magia no era tu cara, ni tus pechos, ni tus dientes, ni tu sonrisa, ni aquella mitología que te rodeaba cuando te conocí? ¿Cómo saber que tu verdadera magia era precisamente eso? No la magia, sino la imaginación, tu imaginación, tu fantasía, tus historias. La verdadera tú no era la Diosa inalcanzable que todos pensaban. La verdadera tú era la encantadora. Sí. Por tu encanto. Pero el que sale de tu boca, el que brota de tus dientes como piedras mágicas. Esas son las cosas que de verdad encantan… las que me han encantado. Las que me tienen imantado. Pegado a tu boca vamos. ¡Eso! A tu boca, porque… nada me hechiza como tu boca. No sólo tus besos (que también) pero eso que me dice tu boca, lo que me inventa tu boca, lo que me haces creer, lo que cada vez que te oigo me asusta, porque la “terca realidad” es y punto. Pero tú, tú no eres realidad. Eres fantasía. Igual que tus historias. En realidad todavía no sé si existes o te inventaste en una de tus fantásticas historias y me incluiste a mí… para reinventarme. Para hacerme dar ese salto (que tampoco sé si es real) que no sé a dónde puede llevarme, porque ¡Contigo nunca se sabe si estás en la vida real o en una de tus historias! No sé si dar el brinco porque tampoco sé qué parte es: Sí de éste lado o del otro. No del tuyo, del de los magos, sino del mundo de “Nunca jamás”. Claro que me da miedo, por que si salto y me quedo con los piratas y Peter Pan ¿Cómo me regreso? ¿Me vas a regresar tú? ¿Y si no puedo? ¿Y si no quiero? ¿Y si a pesar de todo me haces un personaje de tu historia y yo ya no puedo ser el protagonista de la mía? Es decir, de la que también me inventé, pero yo, nadie más. ¿Y que hago ahora contigo? ¿Me quedo adentro de tu historia? Esta nueva, esta que todos los días inventas, porque así es, literalmente, la de hoy no tiene nada que ver con la de hace veinte días, ni con la de hace dos semanas, ni con la del Lunes, mucho menos con la de ayer. ¿Qué hacer contigo? ¿Dejarte con lo tuyo, lo tuyo, es decir con tus historias? ¿Dejarme sumergir, volver a salir, respirar, huir, detenerme, correr, volverme conejo y salir de la chistera, u ogro, como Sherek y cambiar los cuentos de hadas, o de plano dejar que me conviertas en “el príncipe azul que yo soñé”, y dejar que me hagas y me deshagas en tus historias? ¡Yo no lo sé! Lo único que sé es que lo tuyo, lo tuyo, “mi reina”, son las historias, las tuyas, las que salen de tu boca, ésa que quisiera a mi lado todas las noches, aunque solo fuera en una de tus historias.

* A ese querido amigo que dice que lo mío, lo mío… son las historias… las fantasías: Merlina

martes, 6 de noviembre de 2007

El sexto sol

Por Juan Silvestre Lechuga Peña


CAPITULO VIII
(ultimo)

La gran cruzada

“El espíritu humano huye ante la ruptura histórica,
y así ésta toma en las religiones la forma de una catástrofe,
(Apocalipsis cristiano, destrucción de la humanidad
al termino de cada era o sol azteca).”

Mesías, cruzadas, utopías.
Jacques Lafaye.


Ciudad de México, 7 de septiembre del 2006.

Para la mañana del día siguiente, Fernando Manrique tendría un importante número de reuniones de consejo directivo, una de ellas estaba directamente relacionada con la próxima audiencia que tendría el 15 de septiembre con el recién electo Presidente de la República. La audiencia de prácticamente una hora, sin contar el tiempo que el presidente le otorgaba en un desayuno privado, le daban la oportunidad de explicar con todo detalle cada una de sus iniciativas; sabía que si lograba captar su interés y posterior compromiso, las iniciativas serían incorporadas por las dependencias del ejecutivo federal en el programa de acción inmediata que ya había anunciado con gran penetración, inteligencia y cobertura a la ciudadanía, no en balde en los últimos dos meses posteriores a la elección, el equipo –considerado como el mejor por mucho tiempo por nacionales y extranjeros—al que se le había encargado la elaboración del plan, había desplegado un enorme esfuerzo a lo largo de todo el país, tomando la opinión y teniendo el consenso de todas las fuerzas políticas representadas en el Congreso de la Unión, el compromiso de los empresarios, la palabra del campesino y obrero mexicano y de los ciudadanos en general. Había una gran esperanza en ese programa anunciado; en esencia, el programa le había devuelto a la sociedad civil la posibilidad de organizarse para superar sus más apremiantes necesidades.

Espero que Fabián Díaz –secretario particular del Presidente Electo—le haya entregado oportunamente la historia de “El Sexto Sol”, así será mas fácil que se involucre, sin duda que es de su interés la superación de la pobreza, lo reflejó la sensibilidad y certeza de sus propuestas cuando hacía campaña política, estoy seguro de que no nos defraudará, pensó lleno de esperanza.

¿Pero se trata solo de programas?, se preguntó sinceramente.

¡No, claro que no!, basta ver como nos comportamos cada día – y cabeceo como negando su participación en su inusitado arranque de furia de apenas unos días atrás—para saber que estamos rotos en la raíz, en lo fundamental, en el espíritu. ¿Dónde extraviamos nuestra consistencia como raza?, se repetía consternado.

Los ciudadanos israelíes, alemanes, japoneses, ingleses, norteamericanos se mantienen en el liderato mundial, ¿a que se debe?, A que su esencia como pueblo permanece intacta; su devenir histórico si bien en extremo difícil no ha sido motivo suficiente para que su espíritu escape, al contrario, se ha fortalecido. La recuperación de Alemania, Japón y la Inglaterra de la posguerra le daban certidumbre a sus pensamientos.

Con suavidad acercó su mano al pulido escritorio de madera y lentamente deslizo la mano hasta un botón oculto en la base de la cubierta con la cual llamo a su asistente personal.

La puerta de su lujosa oficina se abrió y apareció Margarita, a quién tan solo le indico.

Llame por favor a Jorge, dígale que le espero en el garaje privado y que vaya para allá sin enterar de esto al jefe de seguridad, quiero completa discreción en el mensaje, le dijo mirándole fijamente a los ojos.

Margarita salió presurosa mientras Fernando se dirigió al perchero para tomar su chaqueta y salir a esperar a Jorge; había decidido salir a la ciudad y enterarse personalmente de cómo vivían día a día los mexicanos.

Apenas iba cruzando la puerta cuando Margarita llegó acompañada de Jorge, e interponiéndose entre ellos le dijo: Señor llamaron para confirmar su desayuno con el señor Presidente, confirmaron para el 15 de septiembre a las 8 de la mañana.

Fernando le sonrió y continúo su camino hacia el vehículo, sus ojos brillaban intensamente, ahora era un ser íntegro con espíritu renovado, sabía que su nueva energía provenía de reconocerse tanto en el vector Ehécatl como en el vector Manuel de Mendoza. Poseía una enorme sensibilidad para apreciar y respetar la naturaleza así como de una enorme determinación para alcanzar sus propósitos y privilegiar sobre todo la dignidad y libertad del hombre, como Manuel de Mendoza, pensaba. Pero sobre todo tenía una enorme voluntad y determinación para alcanzar desde una vez por todas desde su privilegiada posición económica y con ayuda del gobierno de la república, a través de una gran cruzada, detener y revertir el crecimiento e intensidad de la pobreza y marginación, y como gran empresa, recuperar la dignidad y espíritu de los mexicanos del siglo XXI.

Al llegar al automóvil, Jorge le solicito le indicara la ruta a seguir, Fernando tan solo le indicó.
Al centro.

¿Por donde prefiere que nos vayamos?, ¿por el segundo piso?, inquirió Jorge.

Por ningún lado, es mas, por favor préstame uno de tus “pants” con todo y tenis y gorra, anda ve de inmediato.

El estupefacto Jorge no salía de su asombro, era la primera vez en su ya largo servicio en esa casa que se le pedía algo semejante. Recuperando el aplomo hecho a correr para luego regresar con las prendas solicitadas.

Fernando las tomó y se introdujo en la parte posterior del automóvil. Ágilmente empezó a deshacerse de sus ropas y sustituirlas por las recién traídas. Se colocó finalmente la gorra y le dijo a Jorge:

Me voy a meter en la cajuela para cuando salgas nadie de afuera se percate de mi salida, te agradecería una absoluta discreción a lo que escuches, hagas o veas; me vas a dejar a tan solo unas cuadras de aquí, en la avenida donde se toman los transportes públicos.

En seguida, el poderoso e influyente empresario mexicano de las comunicaciones se introducía furtivamente en la cajuela del flamante BMW, momentos después la reja electrónica se abría dejándole el paso libre; los enormes mastines corrían y ladraban alegremente tras el automóvil, ante la intriga del personal de seguridad que resguardaba la puerta; uno de ellos tan solo alcanzó a decir ingenuamente a su acompañante.

Como le quieren los perros del patrón al Jorge, mira nada mas como le siguen y le saltan.

El automóvil se deslizó rápidamente por las avenidas de la zona residencial, posteriormente enfiló hacia el norte por una concurrida avenida y poco después viró por un callejón donde se encontraba un enorme contenedor de basura, lentamente disminuyó la velocidad y se estacionó.
Simulando tirar algunas bolsas de basura, Jorge abrió la cajuela, de la cual ante su señal de “campo libre” emergió Fernando Manrique, quién de inmediato emprendió su caminar decidido hacia la principal avenida que justo enfrente, ruidosa, le esperaba.

Mientras caminaba hacia la avenida decidió jugar un poco con su imaginación al proponerse llegar al centro histórico de la ciudad a un trabajo imaginario, se le ocurrió suponer que trabajaría en una de las prestigiosas librerías que ahí se encontraban y que para llegar tenía que utilizar el transporte público más barato.

Decidió esperar pacientemente en la cómoda parada que recién se había instalado a la par de muchas otras en la ciudad y para su sorpresa, unos momentos después arribaba un autobús de servicio del gobierno que justo se detuvo frente a el. Al subir notó que el chofer era un hombre maduro de cerca de 60 años, quién para su asombro hacía su trabajo con gran profesionalismo y cortesía. En su avance, jamás excedía la velocidad permitida para este tipo de transportes y durante el recorrido esquivó o dejó pasar a los autobuses del transporte concesionado, que feroces rebasaban imprudentemente a los automovilistas y se acercaban peligrosamente a las aceras para detenerse bruscamente y ganarle el pasaje al competidor mas cercano. La gente que iba en su interior hacía verdaderos esfuerzos con piernas, abdomen y brazos para no caer de bruces ante los intempestivos arranques y frenados a que eran sujetos religiosamente todos los días. Su reloj marcaba las 8 de la mañana.

Mientras observaba estas escenas se dio cuenta que en la esquina un grupo de agentes de tránsito intentaba infructuosamente que varios automovilistas respetaran las luces del semáforo. De nada servía el instrumento electrónico, la esquina estaba vuelta un verdadero caos.

A través de la ventana Fernando tan solo escuchaba que algún automovilista enfurecido, una vez liberado de su temporal encajonamiento, lanzaba improperios al por mayor a los frustrados agentes de tránsito.

Mientras el autobús se acercaba a la zona donde se observaba el mayor congestionamiento, Fernando empezó a distinguir como un grupo se arremolinaba alrededor de una enorme mancha roja que de inmediato supo se trataba de sangre. Cuando pasó frente a la escena pudo ver como los pequeños brazos de un niño se hallaban esparcidos por el suelo, su cuerpo hecho una masa sanguinolenta de carne y hueso daban a la decena una dimensión dantesca; el conductor de un camión repartidor de gas doméstico, responsable de la tragedia se notaba sumamente abatido; por el movimiento que hacían su boca y sus labios Fernando supo que decía, con lágrimas en los ojos: ¡No lo vi, perdóname Dios mío¡. A su lado, la desconsolada madre, una indigente sentada en la banqueta, no dejaba de observar los restos de su hijo, abrazando tiernamente sus ropas ensangrentadas.

Fernando observó como un par de perros callejeros se acercaron temerosos al montículo de sangre y empezaron a lamerlo, a los cuales un enfurecido miembro del cuerpo de bomberos que ya resguardaba la zona, propinó secas patadas que los hizo huir despavoridos entre la arremolinada multitud. Cuando Fernando pasó frente al joven policía de quizás 18 años, que trataba de contener la embestida de los automovilistas pudo notar que sus ojos enrojecidos derramaban copiosas lágrimas ante la escena de dolor que amplia se derramaba frente a sus ojos.

Lo primero que tenemos que proponer es un programa de largo plazo que atienda a los niños y a sus madres; de todos aquellos niños de nuestras ciudades y nuestros campos y que están sujetos a las privaciones y aislamiento que genera la pobreza. Que en lugar de deambular por las calles con sus madres en la búsqueda de un mendrugo con que alimentarse, se asombren con la maravillosa luz del conocimiento que se imparte en las aulas, con la panza llena, pensó. Con la tranquilidad que les da la certeza de que al día siguiente tendrán asegurados el alimento y la atención de su madre. Voy a integrar la propuesta de tal manera que en las proyecciones del México que queremos en el futuro se vea a las familias mexicanas con refrigerador lleno, lleno de víveres y esperanza para los que ahí se alimentan, con agradecimiento profundo a su patria que generosa les da la mano decididamente y que busca con ellos la reconciliación histórica que tanta falta nos hace, pensaba Fernando a la par de hacer algunas anotaciones en una servilleta de papel que había encontrado en una de las bolsas de su flamante chaqueta deportiva.

Incluso, los apoyos que diéramos los empresarios, sujetos a un escrupuloso y responsable ejercicio, podrían deducirse de impuestos o servir de base para generar alternativas en el pago de adeudos.

El “refri siempre lleno”, pensaba, era lo que de haberlo sabido hubiera planteado como propuesta en la reunión que tuve con el secretario de infraestructura y vías generales de comunicación. –El secretario de estado presidía el comité mexicano de una magna exposición internacional a realizarse en la ciudad de Francfort Alemania, en la que habían de desplegarse sendos pabellones de los países participantes, y se ofrecería a los paseantes una visión del pasado, presente y futuro de la nación respectiva—Recordaba como los espacios destinados al pasado y presente mexicano que habrían de montarse en la exposición se definían e instrumentaban con gran rapidez, no así el destinado al futuro, donde una gran gama de propuestas todas ellas ingeniosas se vertieron, pero ninguna como la que le llevaría en audiencia al Presidente Electo, la del “refri siempre lleno”.

La propuesta debe ser enorme y articulada, pero con un solo objetivo: Detener el avance de la pobreza volcando la acción del Estado, de los empresarios y de la sociedad en su conjunto hacia la atención y satisfacción de las necesidades básicas de estos mexicanos. ¡La pobreza no debe ampliarse ni intensificarse más!

¿Y por que no ir mas lejos aun?, les sugeriré a los presidentes de las cámaras y confederaciones hoteleras que analicen la propuesta de permitir que sus instalaciones en las playas puedan ser usadas por los niños mexicanos más pobres de manera gratuita y sin restricción alguna cuando tenga poca afluencia de turistas. Pensaba ilusionado que hasta los turistas extranjeros que generosamente se volcaban a sus playas lo entenderían. En el fondo, cualquier ser humano daría una fortuna por tener al momento de entregarle cuentas al creador una acción de esta naturaleza, la cual sin duda les permitiría tener serenidad y valor en la transición hacia la muerte eterna, con la tranquilidad que da el haber cumplido una noble misión, se decía.

Pero, ¿Cómo vamos a hacerle para que esto se mantenga y perpetúe en el tiempo? Pues con trabajo, se respondía en su intenso soliloquio. Este es otro de los temas que integran la agenda de los empresarios. Se puso de pie e inicio el descenso del autobús hacia la estación del tren subterráneo que le llevaría directo hacia el centro histórico de la ciudad de México.

Dentro de la estación, en el andén donde abordaría el tren, no cabía una persona más; desde que empezó a descender por la escalera eléctrica observó como una enorme masa humana bloqueaba todas las salidas del tren que en ese momento arribaba. La gente al interior del vagón intentaba infructuosamente salir y en un esfuerzo igualmente frustrado, los de afuera no podían acceder al interior; los jaloneos, empujones y gritos no dejaban de verse y escucharse, eran las 8:30 de la mañana y el ánimo de todas esas personas estaba contaminado por la ira y desesperación. Eran tan intensos estos sentimientos y estados de ánimo que no tardó en desatarse un a pelea entre dos obreros que trenzados a puñetazos resolvían sus diferencias matinales. Esto es lo que enfrentan día a día, pensó sensibilizado; aquí hay otra oportunidad de servir, hay que invertir en transporte masivo a como de lugar. Tenemos que llegar a los trabajos contentos, de buen humor, con enormes ganas de trabajar y salir adelante, pensaba.

Después de un buen rato, --eran ya casi las nueve de la mañana-- los vagones empezaron a arribar a la estación cada vez con menos gente, y fue así como por fin pudo reanudar su viaje.

Al salir a la explanada del zócalo se detuvo por un momento, ante él se desplegaba la Plaza de la Constitución; al lugar desde niño lo consideraba como algo espectacular dada la inmensidad de su explanada y la sobriedad de sus edificios. Continuó dando rienda suelta a su imaginación ahora retrocediendo en el tiempo para situarse en la época cuando en la explanada que ahora pisaba, una enorme reja circular, que prácticamente la cubría en su totalidad, protegía la imponente estatua ecuestre de Carlos IV; pensaba convencido que la reja no hacía más que proteger a la imagen de algún acto vandálico por parte del pueblo, siempre en descontento y en desigualdad, rumiaba en sus más íntimos pensamientos. Continuando con su ejercicio mental eliminó la Catedral, el Palacio Nacional, y así sucesivamente todas las edificaciones del lugar hasta emerger el lago que antaño existía; lo olía, lo escuchaba, sin embargo, su cielo era gris y enrarecido por el humo y contaminación, tal y como estaba al momento del cataclismo Azteca, pensaba.

La protección del ambiente y el desarrollo armónico de la sociedad en torno a él les consideraba temas de alta prioridad, incluso al medio ambiente le asignaba un carácter de asunto de seguridad nacional y mundial. La contaminación atmosférica en las grandes ciudades y la contaminación de las aguas superficiales y algunas subterráneas requerían de una acción decidida, reflexionaba.

Los mexicanos poseemos sustento histórico; una armónica y respetuosa relación con la naturaleza, que llegaba incluso a la veneración e idolatría; ahora es vergonzoso ver nuestros ríos y lagos llenos de agua residual y basura sólida. Hay que generar una gran campaña publicitaria sobre esto y emprender acciones directas para manejar bien todos los residuos, incluyendo los peligrosos que generamos los que tenemos industrias, pensaba sinceramente. Los ríos deben volver a cantar, remató.

Conforme avanzaba a la zona conocida como de los portales y justo antes de cruzar por la calle que le separaba de ella, pudo observar como dos sujetos en una acción sorpresiva sujetaron por la espalda a un turista, el cual simplemente se desvaneció no pudiendo soportar la denominada “llave china”; Esta consistía en provocar un desmayo momentáneo en la víctima apretando firmemente su cuello, lo que impedía la libre irrigación de sangre hacia el cerebro.

Cuando el turista cayó al suelo, uno de los asaltantes le extrajo de los bolsos todas sus pertenencias y el segundo, de un violento jalón le arrancó la videocámara con la que momentos antes filmaba entretenido el sitio. Los testigos de la acción, indiferentes, tan solo se hicieron a un lado para dejarlos pasar y verles perderse entre la multitud.

¿Por qué se roba? ¿Porqué nos arriesgamos a ser encarcelados e incluso muertos a balazos? ¿Realmente no tenemos opciones para la seguridad pública? –-frente a él, la policía ya auxiliaba y a la vez interrogaba al dolido turista— La clave está en el empleo, se respondió, el empleo aquí en la ciudad, y en el campo, donde es todavía más crudo el vivir.

Por su mente pasó un viaje que en el pasado había realizado con un grupo de amigos adolescentes al puerto de Acapulco en el Estado de Guerrero. Cuando se aburrieron de la vida del puerto decidieron ir a una de las lagunas cercanas; la aventura los llevó a rentar una enorme lancha a un pescador que inteligente se les acercó de inmediato apenas arribaron a la orilla de la enorme laguna de Cuyutlán.

La negociación fue muy simple y el “lanchero”, como empezaron a llamarle al guía, empezó a acelerar el viejo motor fuera de borda que ruidoso los impulsó por la superficie de la laguna. Muy cerca de donde la laguna se conectaba con el mar, el “lanchero” detuvo el motor y en el intenso vaivén del oleaje provocado por el viento, les explicó como la barrera de arena que justo abajo tenían impedía que el agua del mar se mezclara con las aguas dulces de la laguna; dicha situación les impedía un severo decremento en la pesca, para algunos como el “lanchero” su única fuente de ingresos. Después de conducirlos con gran pericia por entre los estrechos canales de los pocos manglares de la zona que aún quedaban en pie, los llevó a su ribereño pueblo a comprar algunas cervezas.

Ya estando en el poblado decidieron quedarse a convivir con su reciente amigo. A la par de que consumían unos deliciosos camarones recién extraídos de la laguna pensaba Fernando, en esa medida y en esa intensidad sus ojos absortos observaban como varios niños desnudos de abultados vientres deambulaban a la par de los cerdos por la enlodada calle, justo donde los animales defecaban, en un perfecto círculo de insalubridad. Delante de ellos, un joven fuera de sus facultades mentales, babeando y lloriqueando, se aferraba de la cuerda que lo sujetaba a un tronco, imposibilitándole el moverse al menos unos centímetros.

Saliendo de sus cavilaciones, Fernando cruzó la calle que le separaba de los portales y se adentro por una callejuela que le llevaría directo a su imaginario trabajo.

Cuando llegó a su destino observó su reloj y notó que eran cercanas las diez de la mañana; no cabe duda pensó, lo razonable serían treinta minutos, se pierde una hora de ida y supongo otra de regreso, preciosas horas que pueden aplicarse a la familia, a la lectura, al deporte, al trabajo, a la superación, ¡Carajo!, se decía a sí mismo.

Por que no lanzar una convocatoria en las grandes ciudades para que los empresarios, el gobierno y la ciudadanía les tendamos la mano a los asaltantes y delincuentes, ofreciéndoles un empleo digno. Los de graves delitos irremediablemente tendrían que cumplir sus condenas en sitios de verdadera rehabilitación social pensaba; pero los demás, la gran mayoría, delinquían por ser pobres. La pobreza de ninguna manera iba a ser el motor de la delincuencia; había que detenerle con empleos, e eso no tenía la menor duda. En su propuesta que llevaría al presidente electo desarrollaría claramente las acciones para instrumentar un gran programa de empleos en el medio rural y urbano. Al regresar a casa le encargaría a sus directivos que le recopilasen estadísticas e información relevante sobre pobreza, delincuencia, desempleo, medio ambiente, que le sirvieran para apuntalar su iniciativa.

Una enorme energía fluía por sus venas; buscó su celular para comunicarle a Margarita sus recientes necesidades de información, accesorio que no encontró, ya que se percató, la ropa que portaba no era la suya. Decidió emprender el regreso a casa por la misma ruta por la que había llegado al centro histórico de la ciudad de México.

Ciudad de México, 8 de septiembre de 2006.

Mirando a través de la ventana hacia el jardín de aproximadamente dos hectáreas, Fernando Manrique pudo distinguir a lo lejos en la puerta de acceso principal, el inicio de la llegada de cada uno de los integrantes de su principal equipo directivo.

Apoyándose un poco en el grueso vidrio de diez centímetros de espesor y de cuatro metros de diámetro, dado que se trataba de una mesa de cristal de forma circular, --donde reposaban un vaso y una jarra de vidrio así como un moderno proyector digital que enfilaba su cañón hacia una enorme pantalla—Fernando esperaba paciente la llegada de los integrantes a esa importante reunión. La oficina, a excepción de los pisos y techos estaba construida en su totalidad con cristales a prueba de balas y justo en medio del enorme jardín, así, para donde se dirigiera la vista lo que prevalecía era un intenso verdor y multitud de coloridas flores, que a decir de Fernando, predisponían a los asistentes de una reunión de trabajo a tener un mejor estado de ánimo y por ende productividad y resultados.

El primero en llegar fue Enrique Hernández, quien recientemente había sido designado como director técnico del consorcio de empresas propiedad de Fernando. Ingeniero de profesión, su participación en las juntas se distinguía por la mesura y objetividad de sus comentarios, jamás ignoraba a sus interlocutores, ponía extrema atención escuchando antes de intervenir para proponer siempre alguna solución. De no serle clara una propuesta interrogaba incisivamente y con gran naturalidad a quien la presentaba; su aportación era verdaderamente excepcional, lo que de inmediato le originó la enemistad de otros directivos que empezaron a negarle sutilmente el acceso a la información de sus áreas. Fernando estaba enterado absolutamente de todo lo concerniente a este conflicto gracias al confiable informe de inteligencia que regularmente le presentaba su asistente personal Jorge.

Notó como al momento de iniciar la marcha hacia su oficina extendió la mano al policía que resguardaba el ingreso a su residencia. Pudo observar que los siguientes ejecutivos en arribar a la reunión, sin excepción alguna, pasaron de largo al policía, sin dirigirle al menos la palabra, algunos solo alcanzaron a agitar la mano como en señal de saludo, sin bajar nunca el vidrio de la portezuela de su auto que les permitiera tener contacto con el exterior.

La puerta de cristal de la recepción se abrió y desde su oficina, Fernando pudo observar como al entrar, Enrique Hernández lo primero que hizo fue dirigirse hacia la empleada de limpieza que en ese momento recogía la basura de un bote. Cuando llegó le dio la mano y se la sostuvo por un instante a la vez que la mujer, sonriente, le hablaba y hablaba observándole directamente a los ojos. Cuando terminó de saludarla se dirigió a la recepcionista que de inmediato se puso de pie y se comportó igual que la mujer del aseo, atenta y sonriente mirándole siempre a los ojos.

Después de que Fernando recibiera un informe detallado por parte del director de finanzas, la reunión entro de lleno en la fase de propuestas, mismas que tenían que terminarse ese mismo día y condensarlas con los principales actores políticos e incluirlas en el documento que se presentaría en la audiencia que tendría Fernando Manrique con el recién Presidente Electo de los Estados Unidos Mexicanos.

La espaciosa mesa de cristal apenas contenía a los nueve directivos que ansiosos trataban de tomar la palabra y mostrar parte de sus iniciativas. Tocaba el turno a Antonio González, director de administración del corporativo Manrique –que agrupaba a todas sus empresas—quien de manera serena se puso de pie y enfiló directo a situarse al pie de la gran pantalla.

Con serenidad empezó a accionar el control remoto digital y de manera clara y concisa fue comentando cifras muy crudas de la pobreza rural y urbana; sus palabras se acompañaban de diferentes “close up’s” de rostros de niños, todos ellos sonrientes.

A través de los gruesos cristales, tanto las imágenes en la pantalla como los vigorosos movimientos de Antonio González eran observados atentamente por el resto de los empleados administrativos de la empresa, quienes al ver las imágenes en la pantalla, empezaron a acercarse expectantes al borde de los cristales, no en balde en los últimos días el trabajo se había duplicado e intensificado, que incluso, algunos de ellos entusiasmados y gustosos se habían quedado a trabajar durante la noche anterior, fotocopiando e integrando la información que habría de servir en la junta que ahora presenciaban.

Con toda intención, Fernando Manrique accionó un botón que se ocultaba bajo su descansa-brazos lo que permitió que el audio de la reunión se escuchara por todas las oficinas administrativas, incluso, se empezó a escuchar en la remota caseta de policías que lejana se veía a través de los cristales.

Una vez que las imágenes de los niños desaparecieron, Antonio González arremetió al micrófono prácticamente deletreando las palabras: “Cincuenta millones de mexicanos son pobres”.

Y es paradójico, continuaba, que las localidades más marginadas del país están ubicadas justo donde existen abundantes fuentes de recursos naturales, --en la pantalla, una nueva imagen apareció, en la cual se desplegaba un mapa de la república mexicana en el que se destacaban en tonos verdes a varios Estados, especialmente del sur—estos son todos y cada uno de los Estados de la República donde se ubican geográficamente las localidades más pobres del país, argumentaba.

Luego entonces, es en estos lugares, los más marginados del medio rural y urbano, donde hay que ofrecer alternativas efectivas de empleo. Por ejemplo, en los poblados de Cozondiapa, Loma Canoa, Arroyo Espuma, Tacchivo, Cocohuichi, Los Tochos, y continuó hasta terminar de nombrar a las cien localidades más pobres del país. –en la pantalla y simultáneo al nombre de la localidad más pobre pronunciado por Antonio, un destello rojo se iba a situar en la entidad federativa correspondiente.— Es aquí donde propongo que impulsemos cien proyectos de diferente índole, como empresas eco turísticas en las zonas donde la orografía impone severas restricciones a la agricultura, --en la pantalla se desplegaron varias fotografías recientes de poblados mexicanos típicos, ubicados en su mayoría en las serranías—agroindustrias, invernaderos para flores; vegetales de alta calidad como los “orgánicos” que son tan cotizados en Europa, continuaba Antonio interrumpidamente, ante la mirada atenta de todos los ahí reunidos.

Por ejemplo, en las zonas donde existe agua superficial y que no se utiliza en el consumo humano hay que impulsar proyectos de acuicultura, --y en la pantalla se desplegó un enorme complejo de canales de concreto donde el agua se deslizaba rápidamente entre estanque y estanque, aprovechando la pendiente natural del terreno; se trataba de explotaciones comerciales de truchas en las montañas-- Las empresas de este tipo irían acorde con la campaña de rescate de ríos y barrancas del plan ambiental, que es el siguiente tema, una vez que haya concluido, dijo observando directamente a Enrique Hernández.

Estas son algunas de las alternativas de muchas otras que se presentan en los anexos, --señaló el abultado legajo de documentos que se agrupaban justo a sus espaldas, en una pequeña mesa—pero lo más importante es lo que la gente de estos sitios nos sugiera; su experiencia y participación son imprescindibles para el éxito y arraigo de la iniciativa, se trata de que la comunidad organizada libremente, elija su porvenir, con nuestro apoyo, termino.

Pero, --levantó la mano una joven de mirada fría y acerada, que no ocultaba sus orígenes alemanes—corremos el riesgo que el Presidente Electo nos ataje las propuestas argumentando que son atribuciones del Estado mexicano.

A lo que Fernando Manrique contestó prudente e inteligente:

En tal caso, habría que abandonar también la labor de nuestras fundaciones de ayuda a discapacitados y los goles por la vista, esas son obligaciones irrenunciables del Estado mexicano.

Pues bien, continuaba Fernando, instrumenten los prospectos descriptivos de estas iniciativas, contraten especialistas, y lo mas importante, que las comunidades se involucren desde el principio, necesito la propuesta aceptada por las comunidades y las que de ellas emanen, nada impuesto, sentenció. Adelante Enrique, ¿Qué nos tienes?

Desde su lugar, sin más preámbulos, Enrique Hernández dio inicio a sui intervención:

Compañeros de la mesa, señor presidente del consejo de administración, -- y se volteó para mirar a Fernando Manrique — la propuesta que a continuación presentaré ha sido previamente discutida con diferentes especialistas en la materia, y en resumen, para avanzar en la tarea de revertir el deterioro de la naturaleza y sentar las bases para una cultura responsable y en armonía con el entorno natural, es necesario realizar una serie de tareas; como un decidido programa de recuperación de cuencas y aguas superficiales. -- y en la pantalla empezaron a aparecer imágenes dramáticas de basura acumulada en ríos y lagunas, eran tantos los sitios mostrados y pasaban uno de otro a tanta velocidad, que por un momento la pantalla se cubrió de una especie de explosión momentánea de basura, para después desaparecer y dejar la imagen de una bella cascada -- Un cambio en la política de aprovechamiento forestal, para que nuestros bosques no se conviertan en enormes campos de cultivo, expresaba fríamente Enrique Hernández.

Tenemos que planificar el desarrollo a largo plazo, y tenemos que hacerlo por escrito; en este momento, el instrumento esencial para armonizar el desarrollo y el medio ambiente y que tiene que ver con la valoración del impacto que los proyectos le causan, es de una visión muy corta, -- en la pantalla se desplegó a manera de bloques y flechas, como era el procedimiento que la autoridad empleaba para evaluar la viabilidad ambiental del proyecto, apareciendo imágenes de autopistas, aeropuertos, puertos e incluso hoteles en las playas – ya que decide por el proyecto en sí mismo y no cuenta con el respaldo de un escenario mayor de planificación, donde el país y sus regiones, previamente ordenadas, impongan el tipo de industrias que deben existir a lo largo del territorio nacional.

Se trata señores, de impulsar una visión estratégica del desarrollo del país, por grandes zonas con similitudes biológicas, geográficas, sociales y económicas, que involucre a todos los actores y que siente las bases de un desarrollo planificado, sustentado en la vocación natural del sitio, y sobre todo en la intensa participación de los ciudadanos que se vean afectados o beneficiados por la obra en cuestión.

El equipo que encabezo propone elevar al Presidente Electo el programa de rescate de agua, de política forestal, de residuos sólidos y peligrosos y de cambio a la legislación ambiental que aquí se han expuesto, gracias por su atención. Enrique Hernández estiró su brazo para pasar el micrófono a Fernando.

Estoy verdaderamente satisfecho con los resultados de sus trabajos, espero que cada uno de ustedes tenga lista la parte que le corresponde de manera oportuna, como siempre ha sucedido. – Resalto estas últimas palabras – Integren un solo equipo para preparar el documento definitivo para acordarlo con el Congreso, tiene que ser avalado por todos, concluyó Fernando.
Antes de marcharse, Fernando hizo una señal para que el resto de los directores no recogieran sus pertenencias y les dijo: Esperen un momento mas, siento que falta algo importante de incluir, -- y observó directamente a Enrique Hernández – y que tiene que ver con la manera de cómo queremos conducirnos nosotros los mexicanos, se trata de un capítulo donde se explique digamos, la filosofía de nuestra propuesta.

Un capítulo que privilegie el escuchar y comprender antes de hablar, un capítulo que reconozca que por ejemplo, en la propuesta sobre medio ambiente nos basamos en la armoniosa relación histórica que los pueblos precolombinos tenían en torno a la naturaleza; que somos increíblemente solidarios y por eso emprendemos las iniciativas de empleo, porque creemos en la enorme disciplina de los mexicanos heredada de los vigorosos vientos llegados con la conquista. – los ahí reunidos, incluyendo los momentáneos observadores que se arremolinaban en los cristales conocían la historia de “El Sexto Sol”, que Fernando les había hecho llegar con antelación a esa reunión – Que el “refrigerador lleno”, continuaba, lo haremos llegar con sustento y responsabilidad porque deseamos que termine de una vez por todas el tremendo sitio alimenticio al que se tiene increíblemente aún sometida a la esplendorosa ciudad de México. E incluso, el “sitio” de alimentos, subrayaba, se ha extendido y profundizado aún más, prácticamente a lo largo y ancho de todo el país, como lo señaló claramente la exposición de Antonio González.

Que seamos claros al referirnos que las iniciativas tienen el fin último de restaurar el espíritu de los mexicanos, el espíritu unificador que tanto ansiamos. Que nos demos la mano de manera sincera, que recuperemos las calles y los paseos nocturnos sin la zozobra de ser asaltados o asesinados, concluyó Fernando ante la espontánea explosión de aplausos y vivas provenientes de la abigarrada mesa y de todas las personas que emocionadas replegaban sus cuerpos a los pulidos cristales, incluyendo al policía que a lo lejos agitaba emocionadamente sus brazos.

Que tengan un excelente día, la reunión ha concluido, terminó Fernando.

Ciudad de México, 15 de septiembre del 2006.

Esa mañana, el Presidente Electo de los Estados Unidos Mexicanos desayunaba tranquilamente en el jardín de su temporal residencia de campaña, le acompañaba Fernando Manrique, industrial magnate de las comunicaciones. El menú había sido sencillo, como era la costumbre del Presidente; se había dispuesto en la mesa café negro, pan recién hecho, fruta, jugo de naranja, y tres diferentes opciones de huevos, todo ello cocinado impecablemente por la esplendorosa cocinera oaxaqueña, que en ese momento se dirigía al invitado del Presidente, ofreciéndole un poco más de su humeante café.

El desayuno que originalmente se había programado su duración en una hora, se había extendido por dos más, ya que el Presidente decidió que ahí mismo, y una vez despejada la mesa de los alimentos, se improvisara temporalmente su despacho. El Presidente, atento, escuchaba a su invitado argumentarle y señalarle los principales puntos que ese día le había planteado. Cuando terminó, el invitado se puso de píe y el Presidente de la República le estrechó la mano con gran firmeza.

Al despedirse, el Presidente le miró directamente a los ojos y le dijo: Soy un aliado de las causas nobles, cuente con todo mi apoyo, caminamos en el mismo sentido.

Un poco mas tarde, en la intimidad de su despacho, el Presidente de la República observaba la pequeña fila de “carpetas” que tenía frente a sí en su escritorio; poniéndose de pie se inclinó hacia el montón de documentos y cuidadosamente extrajo la carpeta que Fernando Manrique le había entregado por la mañana. Cuando empezó a revisar con más calma el documento, pudo notar que en la portada aparecían prácticamente todos los emblemas y firmas de las más importantes organizaciones empresariales, ostentaba igualmente los símbolos de varias Secretarías de Estado y del Congreso de la Unión, quienes avalaban las propuestas, lo que le dio una enorme confianza. En esta misma página escribió:

David. – nombre de su recién Secretario de Hacienda – Veme con este asunto en tu próximo acuerdo. Es muy importante que las áreas involucradas integren en sus programas las iniciativas que presentan los industriales y que avalan el Congreso y los partidos políticos. Me informas inicialmente cada 15 días de los avances. Este es el único camino, la vía para evitar la construcción del muro.

Muy cerca de ahí, en una de las torres de la catedral metropolitana, una parvada de colibríes se agrupaba en torno a un pequeño nido del que se asomaban varios polluelos. El nido, construido justo en uno de los brazos de la estatua del Cristo redentor, estaba lejos de cualquier monaguillo o gato curioso, incluso, ni el tañer de las campanas hacía que las aves huyeran de ese sitio, lo habían elegido como su mejor morada.





Ciudad de México, 22 de Diciembre del 2005.

miércoles, 31 de octubre de 2007

El sexto sol

Por Juan Silvestre Lechuga Peña
CAPITULO VII


El Sexto Sol

“tantas ciudades arrasadas, tantas naciones exterminadas,
tantos millones de pueblos pasados a filo de espada,
y la parte más rica y bella del mundo devastada
por el negocio de perlas y pimienta”.

Essaís Montaigne
“Victorias mecánicas “


Zempoallan, México, 11 de marzo de 1520.
De nada sirvieron los tres años que en la Española rogué a Dios nuestro Señor no perder el temple; de que me sirvieron las maldiciones que lance en contra del calor y mosquitos si ahora estoy aquí, donde es la mismísima entrada al infierno. Si no fuera por esta pesada armadura, al menos el calor y el sudor encontrarían salida, se quedan para joderme desde el mismo instante en que me la coloco, pensaba Manuel de Mendoza y Aguilar, sentando sobre uno de los contrafuertes del enorme árbol de la frondosa selva tropical mexicana.

No dejaba de observar atentamente en derredor suyo la impenetrable masa de hojas, piedras y troncos del suelo, tratando de evitar a las insoportables garrapatas y diferentes alimañas que lo atestaban, y que al menor descuido se introducían a través de la armadura para aguijonear sin piedad tan desconocida e indefensa carne blanca.

Hacia diez noches que el ejército español comandado por su capitán general, Fernando Cortés había salido de su real --así le llamaban a las fortalezas que daban seguridad y abrigo al ejército español—de la Villa Rica de la Vera Cruz. Manuel observó de reojo a Alberto de Cáceres, que sin perdida de tiempo, en el descanso ordenado por el capitán Alvarado, intentaba quitarse el pesado peto de hierro que cubría su tórax; su rostro enrojecido y lleno de gotas de sudor expresaban claramente el malestar que sentía al portar tan estorbosa prenda.

Estos indios gozan de una puntería como la del mejor ballestero de Extremadura, le expreso fríamente Manuel, ante su evidente descuido de quitarse la coraza metálica.

Al escucharlo, Alberto volteó hacia donde se encontraba Manuel y con una expresión de molestia extendió los brazos y movió la cabeza de derecha a izquierda, como expresándole con ese movimiento que debería hacer entonces para librarse de ella.

La mitad de nuestra vida esta depositada en ella y la otra en la ballesta, continuo Manuel; Sé que este calor insoportable justificaría el mandarla a volar, pero Alberto, sabéis muy bien lo peligrosos que son los indios, tienen una puntería endemoniada.

Con desagrado, Alberto volvió a colocarse la coraza sentándose malhumorado para después, con un veloz movimiento, sorpresivamente jalar del gatillo de su ballesta, asestando la pesada flecha de hierro en un joven árbol el cual fue partido en dos. El tiro había sido tan rápido y preciso que el árbol antes de caer despedazado experimento un súbito desplome de su frondosa copa, como si desde dentro del árbol se hubiera detonado una fuerte carga explosiva que hiciera volar en añicos miles de astillas que dispersas cayeron al suelo.

¿Y que te parece nuestra puntería?, Comento risueño, Alberto, para de inmediato empezar a girar las manivelas de la ballesta, tensar el cordel de acero y colocar una nueva flecha de hierro para tener lista nuevamente su poderosa arma para otro tiro en prácticamente un parpadeo.

¿En cuanto tiempo recargas?, le pregunto Manuel.

En un respiro, contesto Alberto, quien jalo nuevamente del gatillo dando esta vez en el blanco en un árbol muy distante, que al igual que el primero, cayó hecho pedazos por el brutal ingreso del acero en su tronco. Alberto volvió a cargar la ballesta con un movimiento vertiginoso. Uno de sus pies, que generalmente era el derecho, lo colocaba en la barra de acero dispuesta en la punta de la ballesta, la cual a su vez hacia la función de mira. Inmediatamente después se colocaba la culata en el abdomen, tiraba velozmente de las manivelas que sostenían el cordel de acero que ya tenso era sujetado por una pértiga de metal; después extraía de su espalda a gran velocidad una flecha acerada y la colocaba en la canaleta de la cual habría de ser expelida a formidable velocidad, siempre con funestos resultados para quien tenia la desventura de cruzarse en su trayectoria.

Por un instante en la mente de Manuel pasaron las imágenes del naufragio que precedió su arribo a la Española; por donde escudriñara no encontraba la respuesta a su repentino cambio de conducta ante el peligro que represento el terrible mal tiempo que enfrento en su travesía, y que a la postre lo llevo a tomar el liderazgo de la nave. El prestigio adquirido ante la tripulación de la nave pasó al Capitán Fernando Cortes, precisamente por medio del dueño del hermoso caballo blanco que le acompaño en su travesía y que inteligente Cortes, a través de él se le había acercado para invitarle a navegar y conquistar para su Rey infinitas tierras, y gran fortuna para los cuatrocientos soldados españoles que habían decidido iniciar tan osada aventura.

Sabes una cosa Alberto, he estado pensado fielmente que Dios nuestro señor nos ha puesto en esta prueba, he de confesarte que no menos de una ocasión que viendo las cabezas de nuestros compañeros cercenadas y nuestros caballos muertos y disecados colocados ante los altares de los indios, he pensado que he muerto, y que por mis graves faltas cometidas, que nunca llegaron al homicidio, fui enviado al infierno, como ese que describe el tal Dante, tan luego cruza la puerta de entrada de la caverna.

Sin embargo, al recordar las batallas en las cuales hemos sido apremiados, y que por la gracia de Dios han sido muy pocas, mi enorme fe en el señor Santiago y nuestro Señor Jesucristo, me ha dado la fortaleza necesaria para seguir adelante aun a costa de mi propia vida; Ahora estoy mas confiado por la gran guía que nos ha dado nuestro capitán general y también por los amigos tlaxcaltecas, que según sé, se han dado por vasallos de nuestra cesárea majestad Carlos Quinto; ¡Dios guía nuestro camino, ten confianza y fe en él, Alberto!, Remató Manuel convencido de sus palabras y creencias más profundas.

El lejano sonido de un clarín que se dejo escuchar nítidamente a través del tupido follaje anunciaba la eminente reanudación de la marcha que los llevaría directo hacia la ciudad de Tlaxcala, situada en las tierras altas; que si bien ya eran conocidas no dejaban de dar desasosiego e incertidumbre a la mayoría de los soldados españoles, dada la enorme fiereza con la que solían combatir sus ahora recién aliados.

El ejército español continuo su marcha entre la espesa selva tropical desplazándose en perfecto orden; el silencio tan solo era interrumpido por el relinchar de los caballos que en el frente de la columna avanzaban poderosos, sintiéndose confiados y protegidos por sus inseparables jinetes metálicos, o por los ladridos de los enormes mastines, que sujetos a correas eran conducidos por Manuel de Mendoza y Fernando de Cáceres, naturales del puerto de Cádiz, España.

Lejos de ahí, en la ciudad de Tlaxcala, sujetando fuertemente con las manos los macizos maderos que daban forma a su prisión, Ehécatl esperaba pacientemente su destino final. Tras su captura en la guerra florida y dada su elevada jerarquía militar, los principales señores tlaxcaltecas negociaban su vida por la liberación de sus guerreros, capturados por el ejército mexica, lo que a la postre aplazaría indefinidamente su sacrificio.

Soltando los barrotes y sintiéndose protegido por las sombras de la noche, Ehécatl empezó a remover la tierra justo bajo su viejo petate, extrayendo de ella suavemente y con gran cuidado un viejo morral en el cual escondía el collar de Quetzalcóatl.

Fue una suerte que al caer abatido por el enemigo tlaxcalteca no buscaran en el doble forro de mi rodela y que me hayan dejado la mayoría de mis atavíos de guerra, --pensó Ehécatl optimista-- al menos estoy vivo y resuelto a continuar la misión que me ha sido encomendada, y acarició suavemente los bordes de la sagrada pieza. Solo necesito una oportunidad para escapar, pensó seguro de sí mismo.

Fernando Manrique suspendió por un momento la lectura, con la mano tomo el vaso cristal lleno de agua y de un gran sorbo bebió todo su contenido; ajustándose los anteojos, continuo con la lectura, su reloj marcaba ya la media noche del día 4 de septiembre del 2006; sin cansancio alguno, estaba resuelto a terminar de leer esa noche la historia que el indigente le había puesto en sus manos. Continúo leyendo.

Ciudad de Tlaxcala, 15 de abril de 1520.

La mirada de Manuel de Mendoza fue a posarse en la mujer que frente ha él se escabullía presurosa por una rústica puerta hacia el interior de su morada; al verle, por una extraña razón su corazón empezó a palpitar aceleradamente y la joven mujer al momento de observarle le ofreció una dulce sonrisa lo que le sacudió lo mas profundo de su ser, no así el aterrado niño que de la mano de la bella tlaxcalteca lloriqueaba y tiraba insistentemente de su mano, atemorizado por el extraño animal que sujeto a la mano del soldado español jadeaba ininterrumpidamente, mostrando dos filas de puntiagudos dientes, que en la mente del infante ya se incrustaban dolorosamente entre la carne de sus piernas.

La próxima vez que salga a caminar por la ciudad lo haré sin los perros, así podré acercarme y conocerle, pensó Manuel al observar la inquietud del acompañante de la bella joven.

Se nota que te ha gustado la india, le dijo Alberto, quien a su lado movía rítmicamente su pesada ballesta.

La verdad sí, contestó Manuel; aun y cuando físicamente somos tan diferentes, veme a mí que ya no soy blanco si no rojo y mírala a ella, tan diferente, con su maravillosa piel del color de esta tierra, y se inclino pesadamente generando algunos sonidos propios del roce de los metales de su armadura, para recoger con los dedos cubiertos de callos un pequeño puñado de tierra, mismo que soltó para que el viento dispersara en todas direcciones.

Vaya pues, quien lo iba a pensar, Manuel de Mendoza enamorado como un estúpido, ¿No será que lo único que quieres es cogerte a la india? La cuarentena ha estado de la patada, y no te culpo de tal necesidad, a mí también me ha gustado una india, pero solo para cogérmela, le respondió Alberto con una gran carcajada.

Mirando indiferente a Alberto, Manuel jaló de las correas para que los enormes mastines se aprestaran a la marcha, empezó a caminar tranquilamente por las calles de la ciudad aliada de Tlaxcala, era su tercer paseo vespertino; la gente ya recuperada de la tremenda impresión causada por el ingreso del ejército español a su ciudad, intentaba rehacer su vida cotidiana.

Desde el primer día que decidió salir a pasear a los perros por la ciudad había visto a la hermosa mujer que ahora ocupaba el centro de sus pensamientos, pensaba que de encontrarle nuevamente se acercaría a ella para decirle lo mucho que le atraía, aun cuando por sus diferentes lenguas sería una difícil tarea. Por un momento pensó que podría aprovecharse del ofrecimiento que al capitán general Fernando Cortés le hiciese el señor principal de la ciudad de proporcionarles las mujeres que quisiesen. No, no es la mejor elección, pensó, debo ser sincero y directo, trataré de abordarla en cuanto la vuelva a encontrar por la calle; si no actúo de inmediato, su belleza podría ser descubierta por otro de los soldados españoles y este sí recurrir a la oferta de hacerse de la manera más fácil de una mujer.

Alberto, por favor, apóyate en esos mozalbetes que están ahí, --y le señalo a un grupo de jóvenes indígenas que admirados seguían su marcha por la ciudad, embelesados y aterrados por los majestuosos perros-- voy a caminar un poco por la ciudad, te veré mas tarde en el real, finalizó Manuel, entregándole las correas de los cinco perros a su mando. El Nerón, siempre inquieto, no cesaba de tirar de la cuerda, jadeando siempre, con su impresionante hocico abierto mostrando sus poderosos dientes que aterraban a todos los tlaxcaltecas que se cruzaban por su camino.

No había caminado unos cuantos pasos cuando en la esquina frente a el una mujer daba vuelta y caminaba decidida a su encuentro; a medida que se acercaba los latidos del corazón de Manuel se aceleraron hasta prácticamente dejarle sin aliento. Frente a él, a escasos pasos se encontraba quien desde varios días atrás no dejara de ocupar sus más íntimos pensamientos.

Sin decirle una palabra, la bella mujer empezó a acariciarle la rubia barba para ascender lentamente y tocar con las yemas de los dedos las enrojecidas y cuarteadas mejillas de Manuel, quien observándola directamente a los ojos correspondió así con la misma caricia por el delicado y juvenil rostro de la tlaxcalteca.

Consciente de la barrera del idioma, Manuel le hizo una seña indicándole que caminaran por entre la calle, a lo cual ella se rehusó, dando la espalda a Manuel y tirando de su mano en sentido opuesto al sugerido por él.

Mientras caminaban, la joven le entrego un pedazo de un rustico papel, el cual en dos sencillos dibujos mostraba al parecer su propia imagen entrelazada con las manos de un soldado español y por las sonrisa que en ese momento le ofrecía su inesperada compañera, sabia que se trataba de el mismo. Cuando Manuel se dio cuenta, se encontraba frente a una enorme edificación, que varios soldados tlaxcaltecas custodiaban con gran celo y organización. Pasando de largo continuaron su pasando de largo continuaron su paso hasta bordear por completo la fortaleza, y fueron a sentarse momentáneamente al amparo de un frondoso árbol.

En la penumbra de la noche, Manuel de Mendoza era conducido con un gran sigilo por la bella joven, que con gran rapidez le llevaba por entre las jaulas de madera de la prisión tlaxcalteca.

Cuando la mujer se detuvo en una de las jaulas solo alcanzo a escucharse que decía la palabra culúa, cuando frente a Manuel apareció una imagen que le helo la sangre; de carne y hueso y sin confusión alguna, descubrió la figura del hombre que en sus lejanos sueños de Cádiz le había atacado convertido en una enorme águila humana. Como si lo que estaba ocurriendo fuese un sueño, Manuel distinguió que al lado del guerrero se encontraban varios de sus atavíos de guerra, entre los que destacaban un gran tocado de coloridas plumas un escudo de piel, los que al observarlos le provocaron una mayor angustia y desesperación, al distinguir claramente que los dibujos y extraños símbolos con los que estaban adornados, coincidían con los gravados en su subconsciente y comprender instantáneamente que se trataban de los mismos símbolos que acompañaron su pesadilla en su lejana Cádiz.

Cuando lo vio frente él, Ehécatl, por alguna extraña razón comprendió que el sueño que había tenido en su lejana ciudad de México-Tenochtitlán formaba parte de la misión que le había sido conferida; Sin inmutarse, miró directamente a los ojos a su inesperado visitante así como a su acompañante, que avergonzada inclinaba los ojos ante la gallardía y recia mirada del guerrero Mexica.

Sin pensarlo, confundido y aterrado, Manuel dio media vuelta y a grandes zancadas emprendió su regreso hacia la seguridad de su real, aun cuando pensaba que incluso ni la mayor fortaleza podría impedir que esa noche su mente fuera avasallada por una oleada de sueños y realidades que en ese paseo con la indígena tlaxcalteca, de manera abrupta se le habían manifestado, por un momento se sintió desquiciado.

Tengo que decírselo, es la única manera de que mi mente encuentre reposo, pensaba Manuel revolviéndose en su lecho. Junto a el, a escasos metros su entrañable amigo, Alberto de Cáceres, dormía profundamente, incluso en ese momento sus ronquidos amenazaban con despertar a otros soldados españoles que a pocos metros dormían.

Empezó a mover el cuerpo de Fernando con el propósito de que este volviera de sus profundos sueños, lo cual logro sin mucha insistencia.

¡Que demonios te pasa Manuel, déjame dormir en paz, coño¡

Tengo que contarte algo que me tiene al borde de la locura; Esta noche, ¿recuerdas a la chica de la calle? Le cuestiono Manuel. A lo que Alberto, un poco más tranquilo, afirmo con un leve movimiento de su cabeza.

Manuel le fue narrando todos y cada uno de los detalles de aquel lejano sueño que ahora se le convertía en realidad, justo cuando creía que había encontrado el amor por primera vez en su vida.

Ahora entiendo --interrumpió Alberto, incorporándose un poco de su lecho--, la mujer de la calle es la que te ha trastornado por completo, de seguro te convenció con alguno de sus encantos, dijo.

No Alberto, justo cuando ella me puso frente al guerrero, se inclino, y con un pedazo de madera empezó a elaborar un dibujo con el cual trato de explicarme el porque de su proceder.

¿Y que cosas dibujo?, Pregunto intrigado Alberto.

Al principio no podía distinguir, pero después de algunos trazos el suelo empezó a dar forma a una mujer acompañada de un niño en brazos; después, frente a esta imagen dibujo una línea recta y del otro lado de la línea dibujo a un hombre encerrado en una jaula.

Alberto, mi deber es liberar a ese indio, deberías haberle visto, no es posible que un cristiano, alguien que tiene una confianza ciega en la misericordia de nuestro señor Jesucristo permita mantener preso aun ser humano en esas condiciones, aun con las varias heridas y muertes que nos han infringido. Alberto, por favor ayúdame a lograr su liberación, y te lo ruego me ayudes esta misma noche, de lo contrario, dudo mucho que el día de mañana amanezca en pleno uso de mis facultades mentales, lo que me esta sucediendo rebasa cualquier razonamiento.

¿Y tienes algún plan para ello?, le cuestionó.

Si, y los perros nos van a ser de gran ayuda, de algo ha de servir el pavor que les tienen los indios, lo verás, concluyó Manuel muy inquieto.

Manos a la obra apresuro Alberto, quien con ágiles movimientos desato las correas de cada uno de los perros, que alegres emprendieron presurosos su inesperada salida del real.

Al llegar a la entrada de la cárcel tlaxcalteca, Alberto de Cáceres soltó a los enormes mastines de sus correas quienes en ausencia de las órdenes que solían dar sus amos antes de iniciar el ataque a los indios, se esparcieron juguetones frente a los guardias que se apostaban en la entrada principal de la cárcel, lo que su atención y los hizo arremolinarse junto a ellos, ante la complaciente sonrisa de Alberto.

Dentro de la prisión, una sombra furtiva se desplazaba ágilmente por entre las jaulas de madera, la ausencia de vigilancia por el espectáculo que Alberto daba en la entrada de la prisión daba a Manuel todas las ventajas para tener éxito en su aventura nocturna.

Al llegar a la jaula indicada, sin vacilación alguna Manuel extrajo de sus ropas la Ballesta de Alberto, para de un tiro derribar cinco maderos en línea, que generosos dieron a Ehécatl la tan esperada libertad.

Al momento de cruzar el umbral de su prisión, Ehécatl toco con su mano derecha el hombro de Manuel como un gesto de agradecimiento, a lo cual Manuel tan solo respondió: ¡Estas libre, anda, regresa con los tuyos¡ y Manuel se retiro rápidamente del lugar.

En la puerta de la entrada de la prisión, desviando la mirada de los aterradores perros, un soldado Tlaxcalteca apenas distinguió entre la oscuridad de la noche, dos sombras que en direcciones opuestas se desvanecían para no verse más.

Real de Tacuba, México,1 de agosto de 1521.

Manuel y Alberto junto con otros soldados españoles tenían la encomienda de permanecer en el real establecido en Tacuba hasta en tanto no llegaran algunos pertrechos de guerra, --pólvora, mechas, balas de hierro, chicas y grandes, flechas de acero para los ballesteros, además de alimentos, estaban cansados de comer tan solo tortillas y tunas-- que habrían de necesitar ante la convocatoria del capitán de general Don Fernando Cortés de arremeter con la ayuda de sus aliados, contra los mexicanos, en un intenso y devastador ataque por agua y tierra, y ganarles la plaza de Tlatelolco, desde la cual seria ya muy fácil controlar a los aguerridos mexicanos, que jamás se negaban a pelear y se lanzaban a la lucha sin vacilación alguna.

Por la mente de Manuel -- quién en esos momentos se aprestaba a ponerse su pesada coraza de hierro -- pasaban los mas recientes acontecimientos; estaba exhausto de pelear contra los mexicanos, rellenar zanjas de agua en las calzadas con los adobes y madera de las casas que les iban ganando, y aparentar retraerse a su real para arremeter sorpresivamente con los de a caballo y gran cantidad de sus aliados y hacerles enormes daños, y causarles cuantiosas muertes.

Día a día, uno a uno, sin falta, habían sentido las recias arremetidas y esforzadas peleas que les daban, y ahora, al verse al espejo, con el rostro desfigurado por tres terribles hinchazones, recordó con escalofrío y verdadero terror la lluvia de piedras que les habían propinado los mexicanos, de las cuales, al menos tres le dieron directamente en el rostro y milagrosamente no le causaron la muerte. Manuel, llevándose el índice a la cara, le dijo a Alberto:

Esto que vez y que no me causo la muerte, -- apenas se le entendían sus palabras por lo cerrado de su boca, producto de una de las pedradas -- se debe a la enorme gracia e infinita bondad de nuestro señor Jesucristo. Y sabes algo Alberto, no quiero morir y que mi cabeza la separen de mi cuerpo, no quiero morir haya arriba, -- le señalo hacia los enormes adoratorios de los mexicanos -- por eso, he de poner mi vida entera en la batalla, aunque te diré, eso de ir dentro de un bergantín, como que no me convence mucho.

Tienes suerte de que te hayan enviado al bergantín le contestó Alberto, a nosotros en la calzada nos han hecho muchas bajas, sobre todo de nuestros aliados, pero mírame nada mas como estoy, -- y se giro sobre si mismo para mostrarle una impresionante herida sobre su hombro izquierdo, de la cual en eso momento salía un ligero hilillo de sangre -- y te juro por Dios nuestro señor, que si no fuera por el, que me ha socorrido tantas veces, ya habría perdido la vida; ¡Jamás pensé que los mexicanos estuvieran tan resueltos a morir¡ Cuando los veo venir nunca se detienen, aun cuando mis flechas ensartan hasta tres de ellos, de inmediato esos huecos se vuelven a llenar con otros tantos que aparte de las piedras que ya has probado, nos lanzan cientos de flechas, como enjambres, ¡Mira como me han puesto!, exclamó. Solo Dios nos acompaña Manuel, en este momento, solo Dios es nuestra guía, sentenció.

Acercándose, Manuel observo directamente a los ojos de Alberto y le dijo con suavidad pero con gran convicción; ¡Es por Dios nuestro señor que debemos luchar hasta el final, el nos guía en esta guerra¡. ¡Somos una Compañía Sagrada¡, y le hizo voltear hacia el resto de los soldados españoles, que en iguales condiciones físicas, les respondieron tan solo con una leve sonrisa, sonrisa de complicidad, ante la reciente denominación de su compañía militar y de fe.

Hacia ya varios días y sus noches que ininterrumpidamente los mexicanos los atacaban sin descanso, sin embargo, empezaban a sentir que la victoria estaba cerca, ya que en poco tiempo se habrían de dejar sentir sobre la ciudad de México-Tenochtitlán los estragos de la falta de agua dulce, ya que se había destruido su principal abastecimiento en el cerro de Chapultepec.

Sin decir una palabra, ambos soldados españoles salieron de la protección de su real, encomendaron su alma a Dios y fueron resueltos a recuperar el puente que por la noche sabían, los mexicanos habían destruido, e incluso, el canal de agua, lo habían hecho mas ancho y profundo.

En el extremo opuesto al Real de Tacuba, en la ciudad sagrada de Huapalcalco, Ehécatl ascendía con gran reverencia las escaleras de la gran pirámide. Después de su sorpresiva liberación había llegado a su vivienda para encontrarse con Xochitl, su adorada compañera, quien ya contaba con un pequeño hijo, el cual le había embelesado; tan solo fue sacado de ese dulce trance cuando una voz interior le demando la imperiosa necesidad de cumplir cuanto antes, con su sagrada misión; Depositar en el macizo de rocas que frente a él se levantaba el collar genuino de Quetzalcóatl.

Su vista recorrió lentamente el muro de piedra en el cual habría de depositar la preciada joya; Recordaba que el guardián le había indicado que de encontrarse de espaldas al sagrado corazón de piedra - - se trataba de una enorme piedra labrada con la forma de un corazón humano -- el lugar preciso se localizaría justo frente ha él, a la derecha; solo que, por ningún lugar, avizoraba la señal indicada.

Su frustrada búsqueda se vio recompensada cuando de repente y gracias a la sombra que proyecto una nube que en ese momento cruzaba sobre el macizo de piedra, pudo distinguir dos colosales cabezas de Atlantes, iguales a las que el propio Quetzalcóatl había construido en la cercana ciudad de Tula; era precisamente ese el lugar señalado por el guardián. Ahora lo único que tendría que hacer era escalar no sin enormes riesgos la elevada y recta pared de piedra que frente a él se levantaba imponente.

Antes de iniciar el ascenso, Ehécatl giro sobre sí mismo para observar directamente hacia donde se ponía el Sol; Sus ojos, extrañamente no sufrieron de ceguera por el resplandor del astro sino que por el contrario pudo observarlo sin molestia alguna; distinguió claramente que en su centro un enorme remolino giraba vertiginosamente, lo que por un momento le hizo perder ligeramente el equilibrio. Ehécatl, con el rostro lleno de lágrimas exclamó:

!Por que nos han abandonado¡.

!Huitzilopchtli¡ por que te has ido y nos has dejado huérfanos en este enorme dolor.

!Mira cuantos niños, cuantos hombres, cuantas mujeres muertas¡. Y ahora esperamos resignadamente la muerte de nuestros hijos en manos del hambre y sed. ! Que gran crueldad, jamás ha existido un pueblo que sufriera tanto y por tanto tiempo.

¡Dioses¡ no nos dejen morir de hambre y sed.

Desde su interior sonó una poderosa voz que le dijo.

¡En el Sexto Sol renacerá el espíritu de los mexicanos¡.

Saliendo de su inesperado trance, Ehécatl continúo su ascenso hacia el lugar predestinado; al llegar justo al sitio donde existía una gran abertura entre las rocas, sin vacilación alguna, lanzo el collar de Quetzalcóatl; en su interior, el único sentimiento que albergaba Ehécatl era de enorme tristeza y abandono, sabía en pocas palabras que sus dioses habían sido derrotados.

Tengo que regresar cuanto antes a México-Tenochtitlán, los invasores día a día penetran cada vez más en las fortificaciones cercanas a la gran plaza. Tenemos que prepararnos para dar la ultima pelea y vencer o morir. Tenemos que fortalecer aun más la resistencia, los teules dominan el trueno, y junto con sus dardos de hierro los hacen enemigos prácticamente invencibles, pensó Ehécatl sombríamente.

Muy cerca de la plaza de Tlatelolco, México.13 agosto de 1521.

La mirada embelesada de Manuel de Mendoza, seguía paso a paso la impresionante figura del capitán general Fernando Cortés quien ya repuesto de sus heridas que le habían infringido los fieros guerreros aztecas, se detenía justo en el centro del semicírculo formado por los soldados del ejército español. Observando fijamente a cada uno de sus soldados y dirigiendo su mirada directamente a los ojos, Fernando Cortés llamaba por su nombre de pila a todos los ahí reunidos. Hablaba prácticamente a gritos, dado el incesante sonido de tambores y gritos de guerra de los mexicanos, que ininterrumpidamente de día y noche se escuchaban y que los habían prácticamente enloquecido.

Cuando termino de nombrar al último de sus soldados, haciendo una onda respiración, exclamó:

A ustedes, soldados de su majestad y siervos de nuestro señor Jesucristo, les es razón de que por todos los medios hemos tratado de terminar con esta cruel guerra, he mandado cientos de mensajes a estos esforzados guerreros mexicanos para frenar esta matanza y por respuesta hemos encontrado una lluvia de piedras y flechas. Los mexicanos están resueltos a morir peleando y nosotros los soldados de Dios nuestro señor luego entonces pelearemos y no dejaremos uno solo de ellos vivo, y los que no perezcan serán convertidos a la fe cristiana, que es la única que debe prevalecer por estas tierras.

Pido a cada uno de ustedes un gran esfuerzo, aún más de los que han demostrado, para que con su sangre ayuden a la conquista de este reino y poner fin a la terrible agonía de nuestro formidable y valiente adversario; ¡Ir con dios y con sus almas, adelante sobre la gran Tenochtitlán¡.

Por la frente de Manuel de Mendoza escurrían persistentes gotas de sudor que una vez que caían al interior de la armadura y fuera de su alcance, se deslizaban copiosas sobre el dorso y posteriormente las piernas, lo que le provocaba una intensa comezón, hasta salir y empapar sus alpargatas llenas de lodo. El calor era insoportable, aun cuando apenas empezaba a salir el sol, justo por el sitio donde se erguían los enormes volcanes que el y otros soldados escalaron en su primer ingreso a la ciudad de México-Tenochtitlán. Por la mente de Manuel empezaron a deslizarse las imágenes que en su ascenso a las colosales montañas había observado; Recordaba que aún con la bruma de ese día se distinguía por completo la formidable ciudad flotante; Vio claramente sus alineadas calzadas que desde el centro de la ciudad se lanzaban hacia los cuatro puntos cardinales para desembocar en tierra firme y conectarse con otras grandes poblaciones que la circundaban. Al enorme lago, por alguna extraña razón le había encontrado similitud con la bahía de su querida Cádiz, donde se embarco en esa terrible aventura.

Ahora, con los latidos de su corazón incrementándose cada vez más, por la cercanía a la zona donde sabía encontraría una gran batalla, Manuel de Mendoza caminaba con extremo sigilo y cautela, tan solo frente ha él iba otro soldado con una enorme ballesta lista para ser disparada, Alberto de Cáceres; el resto de la compañía estaba compuesta por diez arcabuceros, diez ballesteros y quince remeros todos ellos armados con arcabuces y ballestas. La misión en ese momento consistía en cruzar un trecho de agua que con tres metros de profundidad impedía el avance del resto de ejército español y sus aliados, especialmente de los caballos, y rellenarlo con los escombros de las casa derruidas a cañonazos y los restos humeantes de las pertenencias de los mexicanos; todo ello iba a para al agua, era de vital importancia el segar por completo las avenidas.

La calzada estaba llena de cadáveres de guerreros mexicanos en su mayoría y de algunos tlaxcaltecas, aliados de los españoles; De reojo, Manuel observo indiferente como un integrante del ejército español de un tirón arrancaba el arete de oro que pendía de un cadáver boquiabierto, podrido e hinchado. Pudo observar también que recargados sobre la pared ennegrecida por el humo, estaban varios cadáveres de aztecas calcinados, sus posiciones grotescas como si estuvieran contemplando impasibles el avance de la compañía española daba un aire surrealista y siniestro a la ya de por sí agobiada mente de Manuel.

Como pudo, sobre los pestilentes cadáveres que se hallaban por doquier, se fue acercando a tan escalofriante escena, al estar frente a ellos pudo comprender como fueros los últimos momentos de su existencia; Por lo que veía, esos guerreros mexicas habían ido en fila caminando replegados sobre el muro, cuando fueron sorprendidos por el tiro de una certero cañonazo de su compañía; La pared aún conservaba restos de la masa encefálica de uno de ellos que esparcida salpicaba una gran parte de la pared. Del poderoso cañonazo se había generado un incendio que a la postre calcinaría los cuerpos ahí tendidos. Con paso tembloroso regreso hacia el resto de su compañía que ya adelantada, intentaban llegar nadando --entre los que nadaban se encontraba Alberto de Cáceres-- al otro lado de canal de agua, donde ya se acercaban furiosos varios mexicanos que dando grandes gritos arremetían decididos a impedir el paso de la “sagrada compañía”.

Con un intenso dolor en el hombro derecho producto de la herida aún abierta que un mexicano le propino en su anterior combate, Alberto de Cáceres avanzaba centímetro a centímetro por las nauseabundas aguas que lo separaban de la orilla. Con el alma estrujada y confundida por el terror y el miedo en franca competencia con la entereza y el valor, avanzaba apartando con la mano herida -- dado que la otra la ocupaba en mantenerse a flote y avanzar-- los cientos de cadáveres que también por el agua se esparcían hasta fundirse con el nublado horizonte; había niños, mujeres y ancianos por doquier, mutilados, asaeteados, quemados.

Muy cerca de la orilla, el cadáver de una mujer joven, flotaba libremente al compás del movimiento del agua, estaba justo en el lugar por el que precisamente tenia que llegar a la otra orilla, por lo que estirando su brazo herido la tomo de sus sueltos y desparramados cabellos para jalarla y colocarla en otro lugar donde no distrajese al resto de la compañía cuando esta pasase, por mas acostumbrados que estaban a escenas de muerte y destrucción se sensibilizaban y deprimían.

Conforme el cadáver flotante se acercaba, Alberto empezó a distinguir un pequeño objeto entre sus rígidos y amoratados brazos, lo que a la postre resulto ser un pequeño niño, que abrazado a la mujer, también había perecido; la escena le provocó una enorme tristeza, sentimiento que de inmediato se transformo en una intensa rabia, dado que en la orilla, varios guerreros mexicanos, desafiantes, les mostraban las cabezas cercenadas de varios de los soldados españoles que en batallas anteriores habían caído en sus manos; Veía que los guerreros blandían decididos sus lanzas y garrotes de piedras, dispuestos a morir en la pelea.

Delante de él, a escasos metros, se encontraba la ansiada orilla, que de ganarla permitiría sin obstáculo alguno el acceso del resto de los soldados españoles, que en cerrada y compacta formación de guerra, ya esperaban con dos poderosos cañones en primera línea, justo a sus espaldas, la ansiada señal para disparar.

No se como podré subir a la orilla siendo que esta atestada de enemigos, pensó Alberto, al observar a cientos de guerreros mexicas lanzar una lluvia piedras y flechas a los inesperados intrusos acuáticos.

Alberto, justo antes de sumergirse un poco en el agua y evitar tan mortíferos artefactos, escucho un gran estruendo que pareció como si el cielo se resquebrajara y desplomara instantáneamente sobre los mexicanos; las balas de cañón dieron justo en el frente de ellos quienes volaron por el aire hechos pedazos, incluso varios de los restos fueron a caer justo donde Alberto y otros cuatro ballesteros intentaban asirse a la tierra para empezar a luchar cuerpo a cuerpo con los mexicanos que aturdidos y heridos no sabían como reorganizar la defensa.

Aun no salían del estupor del repentino disparo, cuando una lluvia de dardos de metal empezó a caer sobre ellos; las flechas de acero de los ballesteros se incrustaban sin piedad en sus rostros, pechos, brazos, piernas, o simplemente los dardos, después de atravesarlos, iban a clavarse en las maderas humeantes que colgaban de paredes aún más ennegrecidas por el generalizado incendio que ese día cubría la otrora esplendorosa ciudad de México-Tenochtitlán.

A medida que el ejército español avanzaba sobre la calzada defendida por los mexicanos, otros soldados españoles dirigían el relleno de la acequia con la ayuda de cientos de aliados tlaxcaltecas, incluso en su desesperado intento por ganar ese paso, empezaron a arrojar los cadáveres que se encontraban mas cercanos, quienes en una mezcla de adobes quemados y maderas humeantes empezaron a cubrir el foso de agua que separaba al ejército español del ultimo reducto de la gran Tenochtitlán, en la cual, lo que quedaba del otrora poderoso ejército mexica, esperaba determinado morir en la batalla antes de someterse a la voluntad de Dioses ajenos y desconocidos.

Cuando termino de rellenarse el paso, un grupo de quince jinetes cruzo velozmente con las espadas desenvainadas arremetiendo sin piedad sobre las primeras filas de la defensa mexica, que ya preparados, levantaron enormes lanzas, con las cuales causaron graves heridas a los caballos, que briosos, empujaban hacia delante, por la incesante e imperativa orden que recibían de sus osados jinetes metálicos.

A medida que los caballos hacían grandes huecos en las defensas mexicas, estos se rellenaban casi de inmediato por otros guerreros mexicanos que con la misma entereza y valor y sobre todo determinación, atacaban incluso ahora con las propias ballestas que minutos antes habían arrebatado a otros españoles caídos en la batalla.

Alberto de Cáceres, situado ya sobre las ruinas de uno de los templos destruidos, jalaba incesantemente del gatillo de su ballesta, asestando con perfecta puntería cada uno de sus tiros en el cuerpo cobrizo de los guerreros mexicanos; la protección que le daba la armadura de metal, por primera vez la apreciaba, ya que al menos siete flechas dirigidas a él con certero tino se habían estrellado en la impenetrable fortaleza metálica que le protegía.

Observaba directamente que el sitio en disputa era estratégico ya que por donde se observara no existían ya barreras físicas que impidieran dar con lo último de la clase dirigente azteca, que una vez rendida daría fin a esa interminable y espantosa guerra. Podía ver que los pocos guerreros del ejército mexica que aun permanecían vivos, caminaban sobre un terreno desprovisto de vegetación alguna y sembrado de cadáveres; otros, las gentes del pueblo, tambaleantes, escuálidas y débiles, tan solo alcanzaban a incorporarse brevemente para caer desfallecidos ante la inclemente ausencia de alimentos y la ardiente sed.

Era preciso que Alberto y el resto de los ballesteros y arcabuceros tomaran posesión de esas, al parecer las últimas edificaciones, por lo que empezaron a ascender por los escombros que rodeaban la derruida pared.

El ejército mexica, al darse cuenta de que los invasores ya se asomaban a escasos metros por sobre los techos de las pocas casas aun en pie, y desde ahí lanzaban grandes andanadas de fuego y tiros de ballesta, decidieron hacerles frente directamente. Por sus atuendos se distinguía que se trataba de la elite de los guerreros Águila, entre los cuales, con la mirada fija en los enemigos se encontraba Atl, decidido a dar su vida antes de que los invasores capturaran a su último emperador, Cuauhtémoc, el Águila que cae.

De lejos, Manuel de Mendoza observaba como dos enormes hileras de humo ascendían desafiantes hacia el cielo de la ciudad de México-Tenochtitlán que ya empezaba a poblarse de ennegrecidas nubes. Frente a él, en el canal, atado con grandes cadenas se bamboleaba el bergantín en el que habrían de atacar hacia el interior de la ciudad, según indicaciones de su capitán general. Las aguas que constantemente golpeaban a la embarcación, al igual que en tierra, estaban llenas de cadáveres; del color verde azulado que tenía el agua en su primera incursión a la ciudad, ahora estaba tinta de sangre y pestilente por la enorme cantidad de cuerpos en avanzado estado de descomposición. Pensó en su entrañable amigo Alberto, --que a lo lejos sabía, combatía fieramente como era su costumbre desde que arribo a esas lejanas tierras-- deseaba que saliera sano y salvo, no en vano ahora estaban ahí presenciando lo que prácticamente auguraban como el fin de la guerra; de lo contrario, difícilmente podrían resistir mas, dado el extremo agotamiento físico y mental de la mayoría de los soldados españoles.

Pensó en la madre de Alberto y en la suya propia, de las cuales hacia cercano a los dos años que no sabían absolutamente nada; tan solo deseaba que por alguna fuerza piadosa supieran que aun estaban vivos y que habrían de regresar para estrecharlas infinitamente para aliviar un poco así el enorme dolor y sufrimiento que sus ojos habían visto desde que emprendieron decididos la conquista de ese vasto imperio.

Dio la orden de abordar la nave, en pocos minutos estaba lista para lanzarse sobre el borde de la ciudad, tenían que penetrar lo más posible al interior y capturar de ser posible vivo al último emperador azteca.

Mientras tanto, en la plaza de Tlatelolco, Alberto de Cáceres observaba emocionado el avance decidido de los formidables guerreros mexicas, que ataviados orgullosamente con sus penachos de plumas y tocados de Jaguar y Águila, se acercaban lanzando una enorme cantidad de lanzas que nunca alcanzaban su cometido, ya que era imposible que penetraran la gruesa coraza de metal que protegía los órganos vitales de los soldados españoles. Esta ventaja permitió a Alberto atravesar con certeros tiros de su ballesta, a mas de quince guerreros; algunos de ellos, desesperados en el suelo intentaban sacarse el dardo de metal incrustado; algunos lo lograban y continuaban su avance, solo caían definitivamente cuando otro certero tiro, esta vez realizado por los arcabuceros, instantáneamente los privaba de la vida.

Esta era la escena que ya tenia varios minutos se repetía frente a los ojos de Alberto, quien en extremo agotado, no sabia ya como mantener ese ritmo de tiros de su ballesta sin antes caer desfallecido, y ser capturado por los mexicanos, que muy cercanos no cesaban de avanzar para enfrentarles.

Desde que lo observo por encima de los techos, Atl comprendió que ese soldado invasor era el que mayores daños les estaba ocasionando con sus repetidos y certeros tiros de ballesta. Cuando en su cercanía con la línea de ataque del ejército español lo distinguió entre el resto de los soldados, se dejo ir en su contra, con el único propósito de capturar vivo a tan poderoso soldado y ofrecerlo en sacrificio a sus ya de por sí agobiados Dioses tutelares.

Unos, dos, tres, repitió mentalmente Alberto para jalar del gatillo de su ballesta con las pocas fuerzas que le quedaban; el dardo, sin que viajara mas de lo que un brazo tiene de largo se incrusto secamente en el vulnerable pecho de Atl, quien sobrecogido por el brutal impacto, tan solo alcanzo a tambalearse frente a Alberto y caer de bruces a su lado sin hálito de vida alguno. Alberto, quien había esquivado el cuerpo en su caída, trataba de volverse sobre sí mismo, cuando de frente, otro guerrero mexica le incrustaba una lanza de madera que le atravesó por completo el cuello, saliéndole justo en la base de la cabeza y el inicio de la espalda; de inmediato, el suelo donde estaba parado empezó a teñirse de abundante sangre, que ante sus atónitos y aterrados ojos salía cada vez mas con mayor fuerza, lo cual le impedía respirar con normalidad; su corazón al principio acelerado, empezó a entrar en un suave ritmo, que lentamente fue disminuyendo hasta lograr detener por completo la respiración y la vida de Alberto de Cáceres, natural del puerto de Cádiz, España e integrante de la sagrada compañía.

Cuando el soldado se acerco a observar lo que quedaba de la ultima defensa en tierra del ejército mexica, pudo distinguir como en el campo de batalla tan solo yacía muerto uno solo de los soldados españoles, por el contrario, el ejército rival había sido aniquilado por completo. Cuando vio a su compatriota tendido con la garganta destrozada por la lanza de madera, sintió una enorme compasión de él, pensó en la infinita bondad de Jesucristo al no permitir a la madre de ese soldado, si viviese, verle en esas condiciones. El soldado continuo avanzando, sabía que debía encontrarse al interior de esa la última plaza con el resto del ejército español. La ciudad estaba siendo ya atacada por los doce bergantines que por todos los puntos cardinales arremetían con gran éxito en las últimas fortalezas mexicanas.

Ciudad de México-Tenochtitlán, 13 de agosto de 1521.

Ellos están por llegar, si no es por la tierra lo será por el agua; estamos presenciando con infinito asombro y dolor como nuestro mundo, nuestros Dioses y nuestros seres queridos se desploman ante valentía, astucia y fiereza de nuestros enemigos y sus aliados; y lo que resta mi adorada Xochitl es defender con el último aliento al menos, esta nuestra casa. Nuestros Dioses, Huitzilopochtli, el guerrero solar, Tezcatlipoca sembrador de guerras y discordias y Tlaloc, nuestra maravillosa tierra, se han marchado. Quetzalcóatl, el flechador nocturno ha regresado para tomar venganza de Tezcatlipoca, el que le puso varios embustes y corrió en su balsa de serpientes. Ha regresado y viene acompañado de un nuevo ejército, es el ejército del sexto sol, el quinto sol ya no cabe, ya no existe. Tras el ejército invasor solo queda el campo lleno de cadáveres de todos aquellos a quienes conocíamos y queríamos, expreso secamente Ehécatl.

La tradicional ceremonia y tarea de enterrar a sus muertos había sido detenida por completo, el asedio constante y la incesante lucha la habían imposibilitado, lo que hacia que cientos de cadáveres se pudrieran bajo el intenso sol, lo que generaba un intenso hedor que incluso había hecho retroceder a la vanguardia del ejército enemigo.

Con los ojos secos, escuálida y débil, Xochitl tan solo alcanzo a preguntar, ¿y que hay de tu viaje a Huapalcalco, parece que ni ello nos ayuda, verdad?, concluyo esbozándole una débil sonrisa.

Sabes, contestó Ehécatl, creo que el haber arrojado el collar en ese sitio fue como poner un punto final a este nuestro quinto sol, solo vasta interpretar todos y cada unos de los designios observados en el cielo, --le recordó la presencia del cometa y temblores inusuales en la tierra-- para saber que este nuestro quinto sol de movimiento haya concluido y nosotros hemos de entenderlo con la sabiduría y claridad como lo entienden los nobles ancianos, como lo han expresado nuestros Dioses y designios con el fuego desafiante en el cielo y ahora rodeando y consumiendo nuestros mas preciados recuerdos. Los extraños venidos del mar profundo son los emisarios del Sexto Sol, que ahora no solo cobro las víctimas que noblemente le ofrecimos en sacrificio, sino que se ha llevado a todo este valiente pueblo. El nacimiento del sexto sol ha sido muy doloroso y quienes sobrevivan habrán de ajustarse a los nuevos tiempos venideros llenos de incertidumbre y zozobra, pero al final Xochitl, creo que seremos nuevamente a la vuelta de las ataduras de los años, un pueblo elegido para acompañar en su trayecto a este nuevo sol, aprenderemos a venerarlo en el futuro tanto como ahora le veneramos; ¡que jamás se dibujen en el rostro de nuestros niños las muecas del terror, y el hambre y sed como lo hemos visto en cada calle y en cada casa de nuestro pueblo!, remató Ehécatl y levantó la vista para recorrer lentamente el escenario que se presentaba frente a el.

A través de la pequeña ventana, las pocas edificaciones que aun estaban en pie, lanzaban enormes llamas por todos lados que se elevaban y giraban en remolino sobre sus techos. El reflejo del resplandor que producían las llamas era duplicado en la superficie del agua, que al iluminarse dejaba ver una serie de montículos flotantes que Ehécatl sabia eran cuerpos de hombres, mujeres, niños y ancianos muertos en ese nacimiento del sexto sol.

Observando tiernamente a los ojos de Xochitl, le dijo: ¿Esta dispuesta mí adorada compañera a dar su divina sangre a este nuevo sol que en la tragedia se avizora?

Estoy lista para ayudarle en su caída diaria mi Señor, estoy lista, dijo tranquilamente Xochitl, tratando de mantenerse en pie debido a su extrema debilidad y su avanzado de gravidez.

Se acerco a ella y la abrazo con tal intensidad que por un momento pensó en que podía dañarle físicamente, lo que ella negó sutilmente con la cabeza y fue a colocarla nuevamente entre su pecho y aferrarse a el, como si algo o alguien tratara de arrebatárselo definitivamente. Le tenía un enorme temor a la soledad, mas aún, todos y cada unos de los integrantes de su otrora numerosa familia había muerto, luchando decidida y diariamente, defendiendo su sagrada ciudad de los invasores venidos del mar.

Ehécatl le aparto suavemente y se agacho para levantar la ballesta que había logrado conservar cuando en una de las batallas en tierra con los extranjeros, en la que les habían hecho gran daño, le había encontrado con todo y sus flechas.

No fue difícil que Ehécatl descubriera la naturaleza de su mecanismo, y al comprenderlo, rápidamente convocó aun gran número de rebeldes para que de inmediato se tratara de imitar dicha arma y duplicarle con los últimos materiales disponibles en la toda vía sitiada ciudad de México-Tenochtitlán.

Ehécatl comprendía la gravedad de la situación por la que estaban atravesando. Los mexicas que aún mantenían sus casas intactas, dormían y vivían en sus techos esperando pacientemente el arribo de los invasores, dispuestos a dar su sangre por defender ese ultimo paso que conducía directo al joven emperador, al cual se habían unido numerosos niños huérfanos, mujeres y nobles ancianos, tratando de salvarse de esa catástrofe cósmica.

Los pequeños puentes levadizos que en el pasado servían para comunicarse entre casas y calzadas ahora estaban levantados, e incluso, algunos habían desaparecido para obligar así a sus invasores a utilizar el agua como único recurso ante el inminente encuentro.

Al interior de su hogar, Ehécatl guardaba con gran rapidez diversas provisiones y algunos enceres domésticos con los que habrían de partir con la ayuda de sus canoas hacia tierra firme; intentarían, al igual que el emperador y quienes le acompañaban, subir hacia los montes de Tlaloc y dispersarse por los cuatro vientos para hacer mas difícil su captura por parte de los guerreros tlaxcaltecas, que enfurecidos y armados esperaban bordeando la gran laguna, el éxodo azteca. Los tantos años de humillación y privaciones a los que les habían tenido sometidos llegaban ahora a su término.

Con sumo sigilo, Ehécatl tomo las provisiones y suavemente empezó a empujar la gruesa puerta de madera y tener acceso a la canoa que afuera se balanceaba lentamente al compás de los vaivenes del agua.

Lan luz del exterior empezó a filtrarse al interior de la vivienda iluminándola con gran resplandor, la intromisión repentina del haz de luz, hizo ver a Xochitl rodeada de un intenso resplandor, lo que por un momento infundió gran temor a Ehécatl. Lo que tenía frente así eran las voraces tzitzimemes, mujeres siniestras caídas de los cielos que acudían puntuales a recoger las almas de todos esos huérfanos cósmicos, a quienes tarde o temprano se llevarían por la parte más oscura del horizonte.

Con un brusco movimiento abrió la totalidad de la puerta y vio con enorme asombro como, a lo lejos, sobre la superficie del lago, una gran cantidad de canoas enemigas se dirigían directo hacia ellos, observaba como al centro de la mancha bélica se desplazaban también, para mayor asombro de Ehécatl, dos enormes casas flotantes que a lo lejos veía, lanzaban fuego y trueno haciendo gran daño a los últimos miembros del ejercito azteca que en esos momentos se enfrentaba a numerosas canos tlaxcaltecas, solo para mas adelante volar hechos pedazos por el aire ante los certeros tiros de fuego que los alcanzaban y destruían sin misericordia alguna.

De inmediato, Ehécatl le ordeno a Xochitl que subiera a la canoa y se dirigiera con la poca fuerza que le quedaba hacia el refugio general, el mismo donde se encontraba el joven emperador y le entregara el burdo dibujo que representaba la escena que en esos momentos presenciaban. Al momento de ayudarle a subir a la canoa le dijo que personalmente le entregara el dibujo al emperador y que inmediatamente se pusiera a remar hasta que llegara a la orilla, siempre y cuando divisara que esta estuviese libre de enemigos.

Cuando termino de darle las ultimas indicaciones, sin previo aviso le dio un fuerte empujón a la canoa para solo ver alejarse a Xochitl con el rostro lleno de gruesas lagrimas, que copiosas corrían por sus mejillas cobrizas y secas; la otrora delicada y bella figura de Xochitl ahora se reducía a un costal de huesos rematado con un rostro demacrado y enjuto.

Los profundos e intensos latidos de su corazón hacían que pareciera que funcionaran como la señal precisa para que cada uno de los cuatro cañones que llevaban en cubierta lanzara su fuego con gran estruendo, repetida e insistentemente hacia el gran número de canoas del ejército azteca que decididas acometían por los cuatro puntos cardinales, tratando de detener el avance de esa poderosa flota invasora.

Tomo aire con gran esfuerzo y lo retuvo un instante como tratando con esta practica disminuir su acelerado pulso que a momentos lo hacia sentirse desfallecer. Sabia que adelante estaba la ultima batalla y que de llegar al triunfo acabaría esa ya de por si muy mortífera guerra; Manuel de Mendoza sentía en carne propia el rigor de la misma; su cabeza enrojecida e hinchada producto de la infección de las heridas propiciadas por las pedradas de los mexicanos. Con su mente febril observaba como se acercaban cada vez mas las canoas enemigas y como de manera asombrosa el tamaño y el peso de los bergantines partían literalmente en dos a las canoas mexicas que se atravesaban por su camino. Giro para observar como todos y cada unos de los quince tripulantes de ese bergantín trabajaban febrilmente cargando los arcabuces, ballestas y cañones de manera incansable; al centro de la nave, un montón de barriles de pólvora, balas de cañón y ballestas se acumulaban generosos proveyéndoles de un poder destructivo jamás visto por los naturales de ese sitio.

Mientras el bergantín avanzaba, de sus costados salían frecuentes andanadas de flechas de acero, balas de cañón y miles de perdigones, que sin piedad desbarataban las canoas de las defensas mexicas. Su avance era inexorable y estaban cada vez mas cerca de las ultimas fortalezas mexicas, donde cientos de guerreros, apostados sobre los techos de sus viviendas agitaban enérgicamente lanzas, piedras y flechas dispuestos a morir en la defensa final del imperio azteca.

A través de la puerta que con toda intención Ehécatl había dejado abierta, pudo observar que las casas flotantes que en el reflejo lejano del lago apenas se distinguían, sobresalían intensamente cuando de sus costados, salían truenos y relámpagos; como si el mismísimo Dios Tlaloc tripulara esa nave y con su inconmensurable poder destructivo viniera a acabar con todos y cada uno de nosotros, pensó Ehécatl.

Por un momento se sintió atemorizado, sabia de su inminente muerte y le desconsolaba el que no tuvieran mayor fuerza y apoyos para resistir un poco más el feroz ataque. Tan solo danos fuerza para resistir un poco, pensó observando fijamente la estatuilla del Dios Quetzalcóatl que posaba sobre el suelo en una esquina. Así darás tiempo a que Xochitl llegue a la orilla y se pueda poner a salvo. Se puso de pie lentamente y tomo su arco y flechas así como una ballesta a la cual la había ya provisto de diversas lanzas de gruesa madera. Salió de su casa y bordeando las paredes se lanzó al agua para atravesar a nado el estrecho canal que le separaba del grupo de casas cercanas donde desde los techos ya empezaban a salir algunas piedras de guerreros impacientes que deseaban ya combatir.

Ehécatl observo que por la distancia a la que ya se encontraban las naves enemigas en escasos momentos estarían de lleno frente a ellos y ordeno que los últimos guerreros se ocultasen en su totalidad, simulando con ello el abandono de esas defensas y tomarles por sorpresa en un ataque repentino y total. Justo cuando pasasen frente a ellos les dejarían caer todas las piedras, flechas y lanzas que tenían para su defensa, esto sin contar las enormes estacas clavadas en el fondo de la laguna que sin duda detendrían y en el mejor de los casos dañarían a tan poderosa flota. Lo ultimo que intentarían en su defensa consistía en que se lanzasen desde los techos a las canoas invasoras y trataran de hundirles paras con ello generarles el mayor número de bajas.

Sobre el techo de las casas lo único que se escuchaba era el sonido del viento que persistente silbaba regularmente al pasar por entre las pajas y maderos de los techos. El silbido empezó a mezclarse con ligeros golpes en el agua, que acompasados empezaron a subir de intensidad lo que anunciaba el arribo de las canoas enemigas y de las enormes casas de fuego.

Con precaución extrema Ehécatl se alzo para conocer la situación que enfrentaban y vio como una de las grandes naves, la mas adelantada, giraba un poco sobre si misma; el costado de la nave que daba a su punto de observación se encontraba atestada de invasores del mar que febrilmente agrupaban los mortíferos artefactos que traían consigo y que solían hacerles grandes daños por la gran lluvia de fuego y truenos que lanzaban.

Rápidamente se agacho y con gran serenidad les dijo a los últimos defensores del imperio azteca que la hora final había llegado, que se prepararan para recibir la descarga de fuego. La última batalla estaba por comenzar.

Manuel de Mendoza, observaba como impacientes los soldados españoles, con sus rostros enrojecidos y sudorosos, muchos de ellos con rostros desencajados por el esfuerzo y debilidad en la que ya se encontraban, esperaban la señal que iniciara el ataque final. Súbitamente dejo caer su mano derecha, la señal había llegado.

La trayectoria que siguió una de las balas de cañón fue en su mayoría horizontal para luego dibujar un descenso suave y prolongado e ir a dar justo en una de las casas que frente a ellos había. Desde su puesto de mando, Manuel de Mendoza observaba como la bala hacia volar en astillas la puerta de madera de la choza, la cual al recibir el impacto experimento un repentino desplome en uno de sus muros seguido inmediatamente por la caída del techo, lo que hizo salir una gran cantidad de polvo y escombros de la misma. Momentos después Manuel vio como una hilera de flechas de ballesta aderezadas con grandes antorchas flameantes surcaban los cielos directas hacia la vivienda destruida para incendiarle prácticamente al instante. Las instrucciones militares dadas por el capitán general eran precisas: destruir, incendiar, avanzar y proteger la retaguardia. Los soldados españoles las seguían al pie de la letra.

La zozobra empezó a apoderarse de los mexicas apostados en las azoteas; viendo la destrucción e incendio de lo que fuera su casa, Ehécatl pensó que tenían una oportunidad de sobrevivir si bajaban de las azoteas y combatían directamente sobre el lecho de la laguna. Lo que veían sus ojos era claro y contundente, los invasores destruían y quemaban antes de avanzar. De inmediato ordeno el abandono de sus posiciones y que subiesen a sus canoas, había que dispersarse al interior de las pocas casas a salvo y combatir al invasor por sorpresa en los estrechos canales que aún permanecían en su poder.

Al deslizarse rápidamente por los canales, Ehécatl podía observar ahora con mayor claridad la destrucción a la que habían sido sometidos durante los últimos días; prácticamente no quedaban casas en pie y los templos estaban completamente derruidos y quemados. Por el horizonte de la ciudad se elevaban cientos de columnas de humo, algunas gruesas, ondulantes y desafiantes, otras débiles y translúcidas, pero todas ellas contribuyendo a ensombrecer profunda y tenebrosamente el horizonte.

Absolutamente todos los muros de las casas que colindaban con ese canal estaban destruidos y ennegrecidos por el humo y fuego, la vista que frente al grupo de diez guerreros Águila comandados por Ehécatl se presentaba era de una gran catástrofe. Por los pocos espacios no ocupados por el humo y nubes que ya empezaban a formarse, se filtraba un resplandor rojizo que ante los ojos y sobre todo el espíritu de los guerreros mexicas les anunciaba la batalla que en esos momentos tenia el sol por no ser destruido y aniquilado por completo. Así, con el gran valor y fe que les infundía su numen tutelar, salieron decididos a enfrentar por la retaguardia a las casas flotantes que momentos antes habían pasado justo frente a ellos, sin que fuesen descubiertos en su improvisado refugio hecho de cadáveres.

Todos y cada uno de los integrantes de ese pequeño comando azteca estaban listos para lanzar su andanada de flechas y piedras, sabían su desventaja numérica y del gran poder destructivo de los invasores, pero se mantenían firmes con la esperanza de capturar aunque fuera a uno solo de los invasores y ofrecerlo a sus muy necesitados Dioses.

La punta de la quilla del bergantín empezó a sobresalir por el borde del muro del refugio donde se apostaban varias canoas del ejercito mexica; los rostros de cada uno de los guerreros Águila que observaban la intromisión la veían embelesados y en absoluto silencio; de improviso, un colibrí empezó a revolotear desconcertado entre uno de los penachos de plumas de uno de los guerreros, lo que atrajo la atención de Ehécatl, que por un momento retiro su vista del enemigo, para reconocer que la aparición del ave señalaba que su señor Huitzilopochtli había decidido acompañarles en esa batalla final.

El colibrí ya recuperado de su temporal desorientación levantó el vuelo con gran rapidez y desapareció de inmediato de su vista.

Por su parte, Manuel de Mendoza, desconcertado por no haber recibido ataque alguno ya dentro de los canales y fortificaciones aztecas, se deslizaba junto con los integrantes del bergantín lenta y sigilosamente. Momentos antes habían convenido tener preparados todos los arreos de guerra y estar listos a la señal predeterminada para soltar todo el poder destructivo de sus armas. En las condiciones de combate en que se encontraban era necesario que aflorara toda su imaginación y valor, así uno de ellos había ideado habilitar un burdo muñeco de algodón y con todo y armadura apostarlo en la proa, lo que serviría de señuelo y confundir a sus muy certeros flechadores mexicas, quienes al atacarles prematuramente les revelarían sus posiciones y sería mas fácil eliminarles.

Cuando Ehécatl vio la oportunidad única que se le presentaba, y la señal del espíritu de su Dios tutelar Huitzilopochtli a través del colibrí, ordenó que se disparase una primera andanada de flechas, las cuales fueron a dar directamente en el casco y cuerpo del señuelo elaborado por los españoles, que ya se asomaba en el límite del muro sin causarle el menor de los daños.

Ante el repentino ataque, los inexpertos e improvisados navegantes tlaxcaltecas que custodiaban el bergantín empezaron a caerse de sus frágiles canos, lo que hizo que varios de ellos pereciesen ahogados o asaeteados por la segunda andanada de flechas y piedras lanzadas desde cientos de canos del ejército mexica.

Al darse cuenta de que el señuelo era asaeteado intensamente por las flechas enemigas, Manuel de Mendoza ordenaba a los desfallecidos marineros que diesen un giro de ciento ochenta grados y estuviesen listos a su señal. La atmósfera en el bergantín era infernal dado el agobiante calor que esa tarde se dejaba caer, solo Manuel de Mendoza sentía un poco de alivio al haber aportado su armadura para la fabricación del señuelo, así su cuerpo febril tendría alivio, pese al riesgo de ser flechado por el enemigo en esa situación de vulnerabilidad física en la que se encontraba.

La mayoría de las canoas que protegían a la gran casa de fuego habían sido destruidas, lo que ofrecía ahora la gran oportunidad a Ehécatl y a su grupo de abordar la poderosa casa; tratarían de detenerles a como diera lugar, pues estaban en los límites de la ciudad de Tlatelolco, ultimo reducto rebelde, donde estarían los soberanos y sobrevivientes de su otrora poderosa raza, entre ellos su adorada Xochitl.

La canoa comandada por Ehécatl ya muy cerca del bergantín se acercaba rápidamente. Ehécatl de pie, en uno de sus extremos, esperaba estar un poco mas cerca para que junto con sus guerreros, saltar decididos al interior de la nave y enfrentar directamente a sus temibles invasores.

De un gran salto, Ehécatl fue a dar justo donde un grupo de maderos que servían para atar las velas le permitieron sujetarse a la nave, y con gran esfuerzo ascender sobre el costado y entrar directamente a la cubierta.

La sorpresa de los españoles fue mayúscula al observar que justo en la cubierta de su barco estaban los enemigos, todos ellos apostados como enormes pájaros multicolores, llenos de plumas y arreos de guerra, con maxtles, arcos y flechas y para su sorpresa, con ballestas listas para ser disparadas.

Acostumbrados a la guerra constante, los soldados españoles accionaron sus arcabuces y una lluvia de perdigones fue a incrustarse en los cuerpos de los guerreros Águila. Tomando un arcabuz, Manuel de Mendoza abandonó su puesto de mando y directamente fue a enfrentarlos, no tardando mucho en encontrarse nuevamente, ahora en la aparente seguridad del bergantín, al protagonista de sus tan sombríos sueños y de su inesperado encuentro en la cárcel tlaxcalteca. Cuando le vio avanzar tambaleante sobre la cubierta en movimiento, Manuel de Mendoza alzó el cañón del arcabuz con la decisión de acabar de una vez por todas con esa pesadilla. A la par de que Manuel de Mendoza realizaba los últimos movimientos previos a su disparo, Ehécatl hacía lo propio estirando cada vez mas el ya de por sí tenso lazo con el que lanzaría la gruesa flecha con punta de piedra, con la que intentaría inhabilitar a su poderoso rival-designio.

Por un momento por la mente de Ehécatl pasó la imagen del guardián y recordó que le dijo que presenciaría la consumación del rito del regreso de Quetzalcóatl, y que debía ser justo ese momento, el que tenía frente así, con su formidable rival, el momento de consumar el pacto hecho, de dar su sangre para acabar con ese rito que Quetzalcóatl ya no consideraba necesario, y que fue la razón última de su expulsión de esas tierras. Soltó la tensa cuerda de su arco y observó como simultáneamente, por el orificio del arma de su rival se esparcía una enorme luz acompañada de un intenso humo cegador.

El cuerpo de Ehécatl al recibir la descarga fue lanzado varios metros hacia atrás para tambaleante quedar detenido temporalmente por la barandilla que bordeaba el bergantín, un poco después su cuerpo cayó de espaldas al lecho del agua. Manuel de Mendoza con la intensa fiebre que tenía, no sabía ya distinguir si lo que estaba presenciando era un sueño o su propia muerte; sentía como cada vez mas su respiración se le dificultaba y un intenso dolor empezaba a doblarle las piernas, caminaba justo hacia donde había caído su oponente, pero mientras lo hacía veía como el piso del bergantín se empezaba a cubrir de sangre, su propia sangre que salía profusamente por uno de sus costados, justo donde un enorme palo sobresalía de entre sus costillas, el certero tiro de flecha que momentos antes Ehécatl le había asestado.

Cuando llegó al borde del bergantín observo como el guerrero Águila que había enfrentado aún flotaba boca arriba sobre la superficie del agua, su cuerpo lentamente empezó a hundirse acompañando su descenso con pequeños hilillos de sangre que disuelta en el agua se arremolinaba sobre el rostro y penacho del guerrero.

Manuel de Mendoza tan solo se inclino sobre la cubierta y observó que por su boca también salía ahora abundante sangre, que al caer al agua fue a mezclarse con la sangre del guerrero Águila que ya se perdía entre las obscuras y pestilentes aguas de la laguna.

Cuando el soldado español levanto el cuerpo inerte de su compañero de nave, noto la extrema palidez de su rostro, lo que suponía que había perecido desangrándose lentamente en esa posición, inclinado sobre la cubierta. Levantando la vista vio como el capitán Darci-Holguín ordenaba el alto a un grupo de canoas que al parecer transportaban a alguien muy importante dados los adornos y calidad de su vestimenta. Por su mente tan solo resonaban las siguientes palabras: Gracias a nuestro señor Jesucristo y a nuestra señora Virgen Santa María, su bendita madre, que esta guerra ha terminado.

Muy cerca de ahí, en el real español de Tacubaya, unos inquietos y agitados perros intentaban liberarse del encierro que les propinaban sus jaulas; ese día no desaparecía la reja que los dejaba salir al aire libre por donde podían correr y oler por doquier, pero ese día permanecían ya muy tarde enjaulados sin que nadie les liberase; el Nerón empezó a aullar lastimeramente, sus aullidos, dispersos al viento se dejaron escuchar por las humeantes y desoladas tierras de la otrora esplendorosas ciudades de México-Tenochtitlán y Tlatelolco.

Fernando Manrique guardó cuidadosamente ese último rollo. Los días siguientes tendría una importante labor que realizar, una labor que sabía cambiaría profundamente su manera de vivir y de pensar, el 15 de septiembre, ese día, estaba seguro podía entregarle al recién electo Presidente de la República una propuesta que de una vez por todas acabara con el hambre, sed y pobreza de los mexicanos.