miércoles, 5 de diciembre de 2007

En la identidad...... la diferencia

Por Maribel Rodríguez.

Cuando intentaste explicarme, con ese estilo rebuscado, sutil pero poco claro que te caracteriza, por qué no deberíamos seguir viéndonos, no te entendí. Realmente pensé que habías usado el argumento más fácil para terminar un conato de relación con alguien que, aún pareciéndote atractiva físicamente, no te causaba ninguna otra emoción.

Quizá haya algo de eso, no me atrevo ya a dudarlo. Sin embargo después de leer lo que has escrito, entonces me doy cuenta que realmente somos diferentes. Muy diferentes. No es sólo la forma de vestir o de hablar. Tampoco la zona en que vivimos cada uno de nosotros, ni el coche que usamos. Ni siquiera la gente o los lugares que frecuentamos. Es mucho, mucho más que eso… y también muchísimo menos que eso que piensas.

Creo que es una cuestión de identidad. Pero no en el sentido estricto de la palabra, sino en un sentido global. No es sólo lo que eres, sino lo que representas… para ti y para la gente que te rodea. En otras palabras: Es lo que has hecho a lo largo de tu vida para crear esa identidad, que además es una imagen ¡Eso sí… tal cual las imágenes que creamos de los santos! Nadie sabe si fueron así... ¡Pero es así como los imaginamos! Y entonces se convierten en una especie de verdad. Así eres tú.

Con todo, me queda la duda: No sé si esa imagen de tu identidad, o esa identidad imaginada, es el final o parte del trayecto; de esa tu peculiar forma de vida que te has empeñado en construir. No sé si sea verdad que has pagado un precio por ello, o si has pasado por encima de todo con tal de hacerlo. El caso es que así lo decidiste: No hoy, ni hace un mes cuando por alguna extraña razón me buscaste… y me encontraste. Hoy hablas de diferencias… y yo también.

Es evidente, para quienes te conocimos hace 26 años, que esa imagen que hoy proyectas a la vida no ha sido siempre la misma. Aunque digas que siempre quisiste ser lo que eres hoy… no. ¡No es verdad! Hace 13 años no te parecías en nada al que eres hoy. ¡Tampoco sé quién querías ser entonces! Aunque para entender lo que me pasó contigo, no tiene sentido ir hasta el allá. ¿O sí?

El ser humano de hoy, ese que me dijo: — Veme a mí… y vete a ti ¿No te das cuenta de la diferencia? Ése que, quitando el sarcasmo y la descalificación, trató de explicarme esa diferencia, realmente es diferente… ¡sí! Diferente a mí y al que yo conocía. ¡Bueno, es un decir que lo conocía! La verdad es que nunca te conocí: Ni antes… ni ahora. Pero… sí: Eres diferente.
Después de leerte no me quedó la menor duda de lo alejados que estamos. ¡Claro que entiendo lo que escribes! Pero lo entiendo racionalmente… no existencialmente. No entiendo tu motivación. No sé qué te hace vivir y escribir como lo haces.

Quizá aún habiéndome puesto unos trapos, como dices, y habiéndome ido en microbús al primer festival de arte anticapitalista, todos se habrían dado cuenta de mi impostura. Aún con un disfraz impecable y con un tono de voz distinto, no habría podido pasar por uno de ellos… por uno de ustedes… por uno como tú. No sé en qué radica pero, querido, ¡Sí somos diferentes y ni con disfraces podríamos acercarnos!
Y somos diferentes porque, después de leerte, me doy cuenta que yo nunca podría haber captado, como tú, el sentimiento de un ser humano que al salir de su país y convertirse en “emigrante”, pierde su calidad y esencia de humano. ¡No! ¡Yo nunca hubiera podido hacer sentir a alguien lo que sentí después de leerte! ¡Nunca y ésa sí es una gran diferencia!

Por eso te digo: No sólo nos vestimos y vivimos de forma diferente: Sentimos y transmitimos lo que sentimos también de forma distinta, y eso ¡Es imposible cambiarlo!

¡Sí! Sí me puedo poner unos trapos, subirme al micro, llegar al centro de Tlalpan y echarme unos tequilas con tus cuates. ¡Pero no puedo sentir, ni vivir como tú! ¡Ésa es la gran diferencia! Y seguramente tienes razón: Sólo con verme y oírme, cualquiera de los que comulgan con tu forma de pensar, estaría de acuerdo en que soy la viva representación de todo lo que repudias desde lo más profundo de tus entrañas y que no es importante para ti.

¡Sí! Somos LA DIFERENCIA, lo desigual, una emulsión agua y aceite que, si se agita con fuerza, parece que se mezcla, pero que, en reposo, regresa a su estado natural: Cada uno por su lado y no hay unión posible. ¡Es así y punto!

A veces pasa: Aún asumiendo la imposibilidad de integrarse, de acoplarse, te llama la atención ese estado diferente. Vas y te acercas. Y mueve el sistema lo suficientemente fuerte como para que se emulsione, hasta que para la sacudida y todo regresa a su estado anterior. También yo: La diferencia es que yo no me di cuenta de la DIFERENCIA. De esa diferencia en la identidad de cada uno.

No hay comentarios: