jueves, 11 de octubre de 2007

EL SEXTO SOL

CAPÍTULO II
( primera parte)

por Juan Silvestre Lechuga Peña:


La serpiente cósmica que devora el Universo




En tanto que el mundo exista,
jamás deberán olvidarse la gloria
y el honor de México-Tenochtitlán.

Chimalpahin Quauhtlehuanitzin.


México-Tenochtitlán, 24 de mayo de 1519.

El origen del desánimo y desasosiego de su alma ahora sabía de donde provenía; directamente de su padre.

Sus últimas palabras las recordaba con toda claridad:

“Hijo, los tlalocan auguran que se avecina el tiempo de ver el gran prodigio del regreso de nuestro Dios Quetzalcóatl.

Se fue avergonzado de lo que nunca hubiera podido imaginar, su misión fue truncada. Se apreció su enorme impulso en las artes, de hecho, hijo, lo que ahora miras, no es más que el resurgimiento de todas las que él dominaba; solo que olvidó su misión sagrada, el sacrificio, sin él es imposible el renacer de la vida, Huitzilopochtli y Tezcatlipoca no toleran descuidos, recuperaron su posición, lo expulsaron.

Ahora regresa, no sabemos cuando ni porque punto de las cuatro direcciones del universo, quizá por la misma que se fue”.

Ehécatl bajó el último escalón de piedra volcánica delicadamente labrado con una enorme cabeza de serpiente y haciendo un gesto como queriendo descifrar un enigma, se detuvo y pensó:

Eres tú justamente el origen de mis tribulaciones --señalando con su dedo índice la cabeza de serpiente labrada en la piedra-- ¿es el tiempo de Quetzalcóatl? Es ya el momento de ver el prodigio de tu regreso, al menos así se pregona, las cosas que se hablan en México-Tenochtitlán dan prueba de ello.

Mi padre me dijo que la ciudad, su valle y este gran pueblo no van a desaparecer jamás, pero vamos a sufrir por muchos años, se avecinan según los viejos, épocas de grandes cambios y sufrimientos impensables.

Continuó caminando para cruzar la calzada de tierra hasta llegar al borde de la misma, para encontrarse frente a un enorme canal de aguas cristalinas de aproximadamente diez metros de ancho que a la vez de servir como vialidad, representaba siempre una importante fuente de abasto de peces, insectos y plantas comestibles.

Se detuvo frente a su canoa mientras pensaba:

En esta florida capturaré a mi octavo guerrero, así podré vivir ahora sí, solo; quizá, pensó emocionado, hasta tenga la suerte de estar por siempre al lado de Xóchitl, tendré incluso, tierra que honrar y en donde construir nuestra casa, remató emocionado.

Dejó por un momento sus reflexiones y subiendo a su canoa comenzó a deslizarse suavemente por el canal.




Las cristalinas aguas reflejaban y a la vez multiplicaban los colores de la enorme variedad de flores que pendían en las terrazas de las viviendas de los señores principales, sin duda las más hermosas, construidas en su mayoría de adobes hechos de una mezcla de raíces, piedras pómez y arcilla de las tierras altas. Los techos de palma tejida daban a las construcciones una gran estabilidad ante los inesperados movimientos del lecho acuático en que estaban asentadas. Las casas, a lo largo de ambos lados de la calzada, agrupadas entren enormes espacios de jardines y esculturas daban al observador que se deslizaba por el agua una visión de túnel multicolor.

En el rostro de Ehécatl se reflejó el resplandor rojizo del sol que salía justo frente a él, sus ojos se agudizaron y observó el lento deslizamiento de varios puntos que surgían en el horizonte acuático.

!Al fin voy a llegar¡ exclamó, ojalá y lo primero que vean mis ojos descendiendo de la canoa sea a Xóchitl.

Al pensarlo, su corazón latió con tal fuerza que necesitó abrir las fosas nasales más de lo habitual y jalar una gran bocanada de aire para sí recuperar la serenidad ante tan importante y eventual acontecimiento, respiró profundo y se serenó.

Es más, en la plaza puedo averiguar por mi cuenta lo que según los mercaderes anuncia la llegada de Quetzalcóatl. No puedo creer eso, Quetzalcóatl se ha ido para no regresar más.
Ehécatl había avanzado unos doscientos metros, cuando de pronto, a su lado izquierdo, caminando apresuradamente, iba Xóchitl.
Ella, sin mirar al joven remero, --que atolondrado estuvo a punto de perder el equilibrio y caer al agua-- continuaba su andar, como si quisiera ser la primer mujer en arribar al tianguis y así garantizar la calidad y el suficiente abasto de los víveres, animales y diversos objetos que para el adorno femenino ahí se vendían.

Recobrando el equilibrio deslizó la canoa hacia la orilla, y de dos vigorosos impulsos con el remo emparejó a la bella mexicana que al verle se detuvo.

Que alegría me da el cruzarme en tu camino, veo que llevas algunas pinturas al tianguis. Que, ¿las vas a mostrar?, apuntó espontánea Xóchitl.

Ehécatl saltó ágilmente de la canoa hacia la calzada que era una mas de las cuatro que daban ingreso y salida por los cuatro puntos cardinales a los habitantes de la ciudad.

La pregunta sorprendió a Ehécatl, quién moviendo la cabeza rápidamente hacia los lados, como queriendo salir del dulce trance en el que se encontraba, le contestó:

Sí, y si me acompañas seguro que me regreso con unos buenos arcos, flechas y algunas plumas ricas, para adornar los atuendos de mi padre me dejó y los míos propios, recalcó, ¿me acompañas?

Si, exclamo decidida Xochitl y se acercó para detenerle el lazo con que amarraba su canoa y subiera a tierra firme.

Ya en la calzada empezaron a caminar muy despacio, como queriendo prolongar el encuentro de manera irresponsablemente infinita, ante las tareas que ambos tenían que cumplir esa mañana.

Ehécatl empezó a mover los brazos señalando diversos puntos de la ciudad y ella caminando de su brazo, siempre mirándolo a los ojos, contestaba cada una de las observaciones que de la gran belleza y funcionalidad de su ciudad le señalaba.

Sobre el techo de una de las casas de los principales, muy cerca ya de la zona donde habitaba el emperador Moctezuma, un viejo anciano, de largos cabellos blancos, vestido de manera sencilla, observaba fijamente la escena. Acto seguido, levantó los brazos hacia el cielo y entrelazándolos en espiral, empezó a girar sobre su propio eje, para finalizar señalando con ambas manos a la joven pareja.

Dando la vuelta, Ehécatl distinguió su figura, pareció verle en la cara una leve sonrisa, su cuerpo se mostraba inmóvil; solo el viento daba movimiento a la escena, el pelo del anciano empezó a agitársele vigorosamente lo cual dio la apariencia de ser una especie de antorcha humana, el pelo se movía verdaderamente como la flama del fuego vivo de una hoguera.

Dando media vuelta el anciano desapareció por encima de los techos.

Ehécatl observó frente a sí la delicada figura de su acompañante y emprendió nuevamente y muy cerca de ella, su caminata hacia el tianguis.



Por donde se observara la gente estaba o haciendo un intercambio con gallinas o conejos o probando diversos guisos ya preparados que se alineaban como serpiente humeante en grandes braseros de barro, ó simplemente, conversando, siempre hablando, haciendo varios movimientos con las manos que reafirmaban los mensajes que con la voz se dirigían.

Algunos mercaderes preferían colocar sus productos alineados formando un gran círculo ya que como eran gentes muy devotas, utilizaban esta figura geométrica como un sutil tributo a su máxima deidad, el Sol.

Algunos puestos destacaban por la multitud que se arremolinaba frente a ellos, entre estos se encontraba el de los animales comestibles; el puesto, que ocupaba prácticamente unos quince metros de largo por dos de ancho estaba forrado completamente por hojas de palmas. En una de las paredes se mostraban colgadas, ya sacrificadas y perfectamente desplumadas, numerosas codornices, algunas de gran tamaño que bien podrían cubrir las dos manos de una persona adulta. Justo debajo de ellas colgaban también sacrificadas diversas aves acuáticas, siempre alineadas de mayor a menor tamaño y en grupos de especies.
Abajo, sobre las baldosas de piedra negra se encontraban diversas jaulas de carrizos y varas que contenían ejemplares vivos de estas aves.
El otro muro vegetal estaba destinado a exhibir la carne de venados y conejos, al igual que en el sitio destinado a las aves, en éste se presentaban ejemplares vivos, ya que la gente procuraba comprarles pequeños para que con facilidad pudieran domesticarse. En el centro del local, en grandes fogatas se cocinaban los productos exhibidos, para ello se empleaban a diversas cocineras que procedían de la región donde se elaboraban estos platillos.

Destacaban las mujeres de las tierras de Oaxaca, que aderezando un enorme guajolote, lo cubrían con una masa hecha de diversos chiles rojos y cacao, lo cual despertaba el hambre de un numeroso público, que en fila se acomodaba para recibir de manera gratuita su ración de tan apetitoso plato.

En enormes ollas de barro se cocinaban frijoles de diversas regiones y colores, algunos se mezclaban en su cocción con pequeñas bolas de masa de maíz y la hierba epazote. La ración de frijoles prácticamente acompañaba a todos los platos que ahí se degustaban.

La otra pared contenía y de muy reciente presencia en los tianguis, diversos pescados, conchas y camarones que procedían de las tierras calientes recién sometidas a tributo; los había de muchos colores, amarillos, plateados, rojos, rallados. Los peces atraían con gran magnetismo a los niños que con gran curiosidad se arremolinaban a su alrededor.

Como concurrían de muy diversas regiones, las historias y sus protagonistas se convertían en verdadero deleite matinal, especialmente ese día que se hablaba de la extraña conducta del Emperador Moctezuma, y del insistente rumor del regreso del Dios Quetzalcóatl.
Es cierto, exclamó exaltado un comerciante de carnes de aves, quién con los ojos muy abiertos, señalaba:
Me ha tocado sufrirlo muy de mañana y ver como se tragaba el lago, sin razón, a mis animales.

Mis ojos observaron como una gran cantidad de los muros que contienen las aguas a las calzadas de tierra se derrumbaron ante la furia del agua, y es verdad, --continuó ante el asombro y escepticismo de sus escuchas-- no había ni viento ni movimientos de la tierra que la empujaran, solo era el agua advirtiéndonos lo frágiles que somos, terminó.

Ehécatl muy cerca del lugar de la conversación decidió incorporarse a ella, no sin antes acordar con Xochitl el punto de reunión en el que posteriormente abrían de encontrarse.

Se fue caminando en línea recta para perderse entre la multitud que ya instalada, pregonaba distintas voces y leves cantos con los que atraían a los animados mexicanos.

Dando media vuelta, Ehécatl se fue directamente al punto de la reunión donde se hablaba del inminente regreso de Quetzalcóatl.


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