viernes, 12 de octubre de 2007

El sexto sol

Capitulo II
(segunda parte)

Por Silvestre Lechuga Peña:

Continuaba emocionado el comerciante:

¿Cuándo se había escuchado tal lamento?

Como ese de la señora, --se calló ante el desconocimiento de su identidad-- la llorona esa que en estos días a gritado que sus hijos se le han perdido, que donde están, que se los han llevado.

Ehécatl al llegar y tal como se le había enseñado a lo largo de su vida en el tepozcalli, guardó silencio y atento se dispuso a escuchar los argumentos que se esgrimían con singular vehemencia.

Bueno, al parecer todo esto se debe a la llegada de Quetzalcóatl, pero ¿por qué tanta tribulación en nuestro soberano?, preguntó el comerciante.

Se dice que nuestro Señor Moctezuma, ante todos estos sucesos se encuentra muy abatido, se le ha visto caminar muy solo y triste por el Palacio, --intervino un joven de sobra conocido por Ehécatl, que se distinguía por su prominente nariz aguileña y pequeñísimos ojos como de ratón-- quién al ver a Ehécatl y señalándolo con el dedo índice le dijo:

Es más, tus ojos y mis ojos observaron el triste caminar del Tlatoani, quién no dejaba de mirar a las estrellas con gran congoja.

Ehécatl, quién atento lo escuchaba intervino:

Sin duda que estaba contrariado. Lo observamos caminar por la noche cerca de la llegada de la luna al centro mismo del cielo, caminó y caminó, hasta detenerse bajo el enorme Sabino que da a la puerta de salida al aviario.

Atl y yo lo seguimos –-continuó-- a unos veinte cuerpos de distancia, ya que justo esa noche nos tocó la guardia nocturna.

De pie, y con gran atención se dedicó a mirar las estrellas de manera muy fija, como queriendo descifrar en las grandes agrupaciones, qué le deparaba el destino.

Ehécatl comprendió que estaban a punto de cometer una gran indiscreción al comentar detalles de la intimidad del Emperador Moctezuma. Como guerrero águila ya en la fase final de su preparación le tocaba compartir con Atl, la guardia personal del Emperador. El revelar detalles de su vida íntima podría ocasionarles la muerte.

Sin embargo, continuó, nunca me pareció oírlo lamentarse, es más, cuando regresó lo hizo con tal rapidez que apenas pude avisar a la primera guardia, cuando el Emperador ya había desaparecido entre los árboles.

Al terminar, Ehécatl le dirigió una dura mirada a Atl, quién entendió el mensaje y tomó una actitud mucho más prudente; de hecho, optó por retirarse un poco de la reunión y fue a pararse justo al lado de un grupo de niños, que ya tocaban con sus finos dedos los fríos ojos de los peces clavados al muro de palma.

Ehécatl continuó: debemos proceder con suma cautela, interpretar los acontecimientos extraños que aquí se han expuesto; no solo esos, sino también sobre los amates con raros dibujos de gentes extrañas, aquellos venidos de tierras calientes y que según es del conocimiento del pueblo que cuando los vio Moctezuma cayó en gran tristeza, mostrándose inconsolable.

A mi razón no son dioses, apuntó Ehécatl dueño de la situación.

Las siete plumas que pendían de su oreja derecha infundían respeto y admiración, sobre todo el de un grupo de jóvenes mexicanas, que discretas se acercaban como queriendo escuchar y admirar de cerca el bello exponente de la clase guerrera, confundiéndose entre las mujeres adultas, quienes con grandes morrales escogían con especial cuidado la carne fresca que abrían de consumir a lo largo de los siguientes días.

Son guerreros de tierras muy distantes, y por tanto hay que prepararnos para enfrentar una posible agresión.

Y si verdaderamente son dioses y entre ellos viene nuestro señor Quetzalcóatl, le contestó un fuerte y robusto indígena, --que por su atuendo que ya incorporaba algunos adornos y grabados daba cuenta de su privilegiada posición en la sociedad-- ¿qué tenemos que hacer?

Nada, contra él nada, --contestó Ehécatl-- es más, el gran intercambio de obras de gusto y arte se está incrementando con grandes beneficios para la población. Esta es su obra, si no, observen en el lugar donde se exponen, vean, señaló hacia un grupo cercano de mexicanos que intercambiaban jarros, ollas, metates y petates, finamente decorados con diversas imágenes de animales y personas en armoniosa combinación.

Si es que va a regresar continuó, nos tendrá que ir mejor, el renacimiento de nuestra ciudad de estos días esta inspirado en él, terminó solemne.

El intercambio de opiniones seguía; Ehécatl, se preparaba nuevamente para intervenir en la conversación cuando observo justo frente a él al mismo anciano que previamente había observado sobre el techo de las casas cuando arribo al tianguis con Xóchitl. Ahora se encontraba justo frente a él, y por la reverencia que provocó entre los presentes se dio cuenta que se trataba de un alto personaje.

Dejándolo en segundo plano en su enfoque visual observó como la gente empezaba a arremolinarse con gran alboroto y gritería en el extremo de la plaza. Por lo que observaba se trataba de algo muy peligroso por la manera en que las gentes gritaban y se atropellaban entre sí.

Pensando en que sucedía algo muy grave, Ehécatl decidió acudir de inmediato a ese sitio y para mayor sorpresa de los ahí reunidos, en su salida derribó un grupo de cajas que contenían aves del lago, que ante su inesperada liberación, desconcertadas, comenzaron a caminar entre las gentes, en busca, de un inexistente pez o insecto con que alimentarse.

Al llegar al lugar del caos se detuvo intempestivamente, a sus pies cientos de mujeres y niños se arrastraban sollozantes, todos volviendo la cara hacia el sol, temblando de miedo.

Con gran asombro, vio que el sol de esa mañana estaba acompañado por otro astro de gran tamaño, pero que a diferencia del primero, éste se hacia acompañar por una enorme cauda de fuego y destellos azules que ya competían con el resplandor del astro rey.

De inmediato, su mente empezó a vislumbrar la enorme tragedia que representaba para su pueblo si ese astro, que por lo que veía, --se distinguía un leve movimiento del objeto—era probable que se estrellara y provocara una destrucción masiva y catastrófica.
El caos empezó a generalizarse, las gentes, atropellándose entre sí, intentaban ponerse de pie infructuosamente, ya que otros despavoridos corrían a ponerse a salvo derribando en su camino a todo cuanto se les pusiera enfrente.

Logrando serenarse, Ehécatl busco algún lugar donde subirse y así llamar la atención de la multitud enloquecida.

Vio que justo al final del pasillo de tierra que conducía a la plaza central estaba un cúmulo de vigas de madera, y justo por ahí la gente empezaba a salir en ese momento.

Corriendo vigorosamente, con grandes zancadas y de un enorme salto se subió a las vigas y de pie, agitando los brazos vigorosamente y emitiendo un poderoso grito que por su potencia e intensidad señalo la alta jerarquía guerrera de quién lo emitía, exclamaba:

¡Pido tranquilidad ante el caos!, ¿Acaso me escuchan?, La bola de fuego no va a estrellarse con nosotros, -- mientras buscaba una señal que distrajera al menos momentáneamente a la multitud--.

La señal llegó, un potente ruido de caracoles y tambores se escucho al doblar de esa calle lo que anunciaba la llegada de la guardia imperial, compuesta en su mayoría por una mezcla de valerosos y jóvenes aprendices y fuertes y experimentados guerreros, que con sus impresionantes vestiduras multicolores de penachos, plumas y máscaras de jaguar y águila se abrieron paso entre la multitud que ya tranquilizada, esperaba una explicación, o al menos, un consuelo ante tan repentino y funesto acontecimiento celestial.

Los jerarcas militares más experimentados hicieron una señal a los jóvenes guerreros quienes de inmediato y en perfecta formación se abrieron en forma de abanico para acto seguido emprender una marcha envolvente hacia las personas que aún continuaban en el suelo, a las cuales iban levantando cuando fuese el caso de que estaban lesionadas o simplemente explicando el origen de la “inofensiva” señal del cielo. Les decían que el objeto era un visitante que ya en tiempos remotos había sido observado por sus antepasados sin que se presentase calamidad alguna.

Algunos mexicanos, los más jóvenes, se tranquilizaron e incluso empezaron a sonreír y a bromear entre ellos, observando el espectáculo del cielo. Otros, los más viejos, se empezaron a alejar apesadumbrados.

Los Guerreros, dueños de la situación comenzaron a distribuirse entre el resto de la población con la instrucción precisa de dar calma a los pobladores y evitar que el inusual acontecimiento perturbara la tranquilidad de la ciudad.

Ehécatl ya incorporado a la guardia sintió como, de manera inesperada, una mano se le prendía de su cintura; era Xóchitl, quién temblando y con los ojos llenos de lágrimas se acercaba a él para refugiarse en sus brazos y así sentir protección.

Tomándola de los hombros y mirándole fijamente a los ojos le dijo:

Todo va a estar bien; es más, ahora tendremos que elegir juntos los objetos que Atl ha traído al tianguis; no los he visto y me ha dicho que especialmente hoy traería cosas muy bellas.

La estrecho con suavidad y le dijo: ni ese astro recién llegado, ni los objetos de Atl, tienen la brillantes y hermosura de tus ojos, tus ojos son como la miel, porque emiten su resplandor dorado y dan dulzura a mi alma.

Xóchitl aún atribulada, intentó sonreírle, lo cual la fortificó y poco a poco empezó a sentir confianza entre sus brazos.

Esto era lo que más le gustaba de Ehécatl, el contraste entre su férrea y mortal bravura de guerrero águila y la protección y suavidad con que la trataba y le hablaba.

No habían cruzado aún los primeros puestos del tianguis cuando justo a su lado izquierdo, el viejo anciano se cruzaba por tercera ocasión en ese día, esta vez para dirigirse directamente a él.

Veo que hay enorme tribulación en tu persona, Quetzalcóatl te lo provoca, cuando lo que más debería preocuparte es la captura de tu octavo guerrero, así podrías ofrecer algo digno a esta señorita, dijo extendiendo la mano a Xóchitl, quién ruborizada accedió dejársela tomar.

Ahora se daba cuenta de la verdadera investidura del viejo anciano, se trataba del gran guardián del templo de Quetzalcóatl, a la par y dador de consejos del propio Moctezuma y de otros guardianes, los de Tláloc y Huitzilopochtli.

Es un honor el que usted se fije en mi persona gran señor, le contestó con la cabeza baja, y es cierto que a mí ha llegado una gran necesidad de conocer aún más el origen y obra de nuestro gran señor Quetzalcóatl; veo ahora en esta oportunidad que la vida me ofrece, la posibilidad de conocer algo sobre su vida, concluyó Ehécatl aún inclinado.

En ese instante el Sacerdote soltó a Xóchitl quién discreta pero rápidamente se emparejo con el joven. Empezó a caminar junto a la pareja de manera tan suave, que parecía que se desplazaba por el aire. Ehécatl le observaba con el rabillo del ojo.

Conozco a tu padre desde que era niño, continuó el guardián, y al igual que a ti lo conocí en el tianguis del templo mayor, aferrado a la mano del mejor amigo de mi infancia, tu abuelo.

El anciano, mirando fijamente a Ehécatl le dijo:

Con tu abuelo selle el pacto más formidable que jamás mexicano alguno pudo concebir, --continuo fríamente, sin emoción alguna-- la revelación de ese pacto la tienes que saber tú, que eres de su sangre y que ya estas en la edad madura y consagrado al pueblo como un gran guerrero águila, lo entenderás y cumplirás con la misión, de ello no tengo la menor duda.

El día de mañana te espero en el templo.

Sin dar tiempo de que Ehécatl se recuperara de la impresión que le había provocado tan inusual revelación, el guardián dio media vuelta y se alejo rápidamente hasta perderse entre la multitud.

Sorprendido, observó el rostro de Xóchitl, quién ya tranquilizada le sonreía, y abrazándole por la cintura le dijo suavemente: Veo una gran bondad en el guardián de Quetzalcóatl, me ha causado una gran alegría el que te haya elegido para darte lecciones de nuestros antepasados; sin duda que es una gran oportunidad que no debes despreciar, señaló sabiamente.

Algo en mí me indica que a partir de este día mi vida, nuestras vidas van a cambiar, lo presiento, creo además, que será a la manera que a mí me gustará.

Xochitl, con movimientos ágiles se adelantó al paso de Ehécatl zigzagueando y bailando por la calle, volteaba coqueta hacia su compañero como adivinando un prometedor futuro para ella, y sin duda con numerosos hijos, su corazón no cabía de alegría.

A pocos pasos, Ehécatl la observaba intrigado. Contrastaba la apesadumbrada actitud de hacia unos momentos en el tianguis con la desbordante muestra de alegría y belleza que ahora se desplegaba frente a sus ojos, estaba perdidamente enamorado de ella.

Cuando se dio cuenta se encontraba justo frente a la casa de su acompañante, quien dándole un beso de despedida se alejó aún saltando de alegría por la verde y ancha vereda que le conducía hacia su vivienda.



¿A que tipo de pacto se referirá el guardián de Quetzalcóatl?, debe ser uno formidable al venir de tan digna persona, ¡Vaya¡ creo que la misión que se me avecina será una de las más grandes empresas de mi vida. ¿Será la próxima florida contra Tlaxcala?, en la que por cierto participaré por primera vez como ejemplo de los jóvenes guerreros que hoy vi ayudar a la población en el tianguis; no lo sé, lo mejor será prepararme intensamente para la florida, o mejor aún, de una vez desencadenar todo el rito familiar para que Xóchitl este junto a mí para siempre, sin intermediarios, como estas cercas de su casa que nos aíslan, o las crueles distancias que separan nuestras habitaciones, pensó enamorado.

¡Que torpe soy¡ la canoa la he dejado justo al otro extremo de la ciudad, --se lamentó-- emprendiendo el regreso cuando el sol prácticamente desaparecía; la luz brillante del cometa distrajo su atención:

¿Que señal nos das?, ¿Cómo debemos interpretarla?, ¿Será calamidad o bonanza? ¿Será el fin de nuestro sol? Un leve escalofrío recorrió su cuerpo; un mal presentimiento le llegó a su interior, solo la ruidosa conversación de un numeroso grupo de comerciantes logró distraerlo; unos en canoas y otros por la calzada de tierra regresaban a sus lugares de origen, ese día mucho más exaltados que otros, sin duda la visita del astro luminoso habría de trastocar la habitual tranquilidad de la ciudad en los siguientes días.

Saltó a su canoa y empezó a remar vigorosamente por la misma calzada acuática que había utilizado para su arribo al tianguis.

Manipulando el remo con destreza y después de un largo tiempo de remar en línea recta dobló a la izquierda para empezar a acercarse casi inmediatamente a la orilla y arribar al pequeño muelle de madera que por tanto tiempo había servido a los habitantes de su Calpulli.

No había amarrado la canoa cuando se acercó Atl, con sigilo, como queriendo no causar ruido alguno que pudiera sobresaltar a los familiares de Ehécatl.

Espero no continúes molesto por la imprudencia que cometí en el tianguis, le indicó.

De ninguna manera, porque habría de estarlo si cometí la misma indiscreción, le contestó amigable mientras terminaba de atar su canoa.

La noche caía ya, las estrellas iluminaban prácticamente la totalidad de la bóveda celeste, la parte restante estaba alumbrada por el resplandor azulado del cometa que ya se situaba muy cerca de la mitad del cielo nocturno.

Si bien como lo has visto, la población esta tranquila, pero, --contrajo los ojos como para dar una mayor agudeza a sus reflexiones-- no dudes que los amates venidos de la tierra caliente nos estén anunciando verdaderamente de la llegada de una tribu que domina otras artes de batalla.

Por lo que aparece en el amate, traen armas y escudos extraños, que para mí son trajes de guerra, ¿o no te lo parece Atl?

Desde luego contestó, es más, por sus posturas arrogantes captadas en el amate se pueden distinguir rasgos de soberbia ante sus anfitriones de la tierra baja, concluyó agudo Atl.

De ser así, prosiguió Ehécatl, tenemos que tener especial cuidado con todos los informes que de ellos nos traigan nuestros aliados.

Debemos aprovechar nuestra posición en la guardia real y así enterarnos de primera mano de su indudable avance hacia nuestras tierras.

¿Y si se les unen los valerosos guerreros de Tlaxcala?, es una gran oportunidad para sacudirse nuestra hegemonía apunto inteligente Atl.

En tal caso tenemos que organizar un plan que permita hacerles diferentes frentes a lo largo de su arribo a México - Tenochtitlán; esto es mucho más serio de lo que pensaba, agregó preocupado Ehécatl. Debemos tener claridad y visión ante las circunstancias que se avecinan, terminó Ehécatl ya instalado en el umbral de la puerta de entrada a su casa.

¿Y si únicamente recogen alimentos y agua y se retiran para no volver más?, comentó esperanzado Atl.

Ojalá y así sea, pero, --señalo con el dedo índice al cometa que por momentos desprendía por la cauda una lluvia de luces rojizas-- creo que nos esta adelantando un gran suceso, algo tan grande que tendrá repercusiones en los próximos diez fuegos nuevos; habrá una catástrofe cósmica, señaló Ehécatl fríamente.

Te espero por la tarde, tengo una gran noticia que comentarte, terminó despidiéndose de su amigo, quién ágil, trepó de un salto a su canoa y desapareció rápidamente en la bruma que empezaba a levantarse en la superficie del enorme lago que circundaba a la ciudad.

Antes de dejarse caer en su petate, Ehécatl empezó a evocar los últimos acontecimientos del día; Sin duda, ahora lo reconocía, el cometa ocupaba la mayor parte de sus preocupaciones.

Recordaba claramente que entre los muchos conocimientos que se adquirían en su preparación religioso-militar estaba la aceptada creencia de que la tierra era un enorme ser vivo, en el los hombres como huéspedes inevitables le hacían daño y agobio en su constante movimiento hacia el sol.

Era claro que el cometa representaba algo así como un apareamiento a mayor escala que el que se daba entre las especies de la tierra. La reproducción de los seres vivos no dejaba de asombrar enormemente a la mayoría de la población.

Si se impacta, fecunda; la tierra será su nido, si no, la señal de que habrá una nueva generación es inequívoca; miró a través de su discreta ventana el cometa y pensó:

¡Si no fuera por el golpeteo de esa maldita hacha¡ la belleza sería completa, exclamo molesto, mientras se acomodaba en su lecho intentando conciliar el sueño.

Cuando estaba casi a punto de lograrlo, el sonido del golpeteo del hacha que al parecer se estrellaba en un árbol, se hizo tan intenso que lo irritó a tal grado que de un vigoroso impulso se puso de pie y atravesó decidido la habitación hacia la calle a darle su merecido a aquel que osadamente interrumpía el sueño del Calpulli.

Salió a la calle y observó a lo lejos entre la bruma, la silueta de una canoa que inmediatamente dobló hacia la derecha rumbo a los enormes macizos montañosos.

El ruido del golpeteo del hacha se hacía cada vez más intenso por lo que pensó que si no ponía un escarmiento a los intrusos, la mayor parte de la noche se la pasaría en vela ante el molesto concierto de ruidos.

Decidido tomo su canoa y emprendió veloz la persecución de la misteriosa embarcación que sin duda alguna llevaba varios bribones que se enriquecían hurtando las maderas de los árboles de las montañas aledañas. El ruido se escuchaba claramente ante el enorme silencio que reinaba en la ciudad.

Aún cuando Ehécatl sabía que los bosques se encontraban a más de un tercio del día para llegar a ellos remaba decidido entre la bruma que cubría a la calzada que lo conducía al sur de la ciudad, justo al pie de las enormes montañas de Tláloc.

La neblina que cubría la ruta hacía prácticamente imposible la correcta conducción de la canoa; algunas veces fue a chocar directamente contra algún muelle o contra otras canoas amarradas en la calzada.

Empezó a titubear en su aventura justo en el momento que frente a él la neblina se torno aún más obscura lo que anunciaba el arribo a los misteriosos bosques de Tláloc.

Cuando la canoa tocó la suave playa el ruido de las hachas era por demás insoportable y notaba que ahora eran mucho más estridentes, como el sonido que producía el metal del sol.

Su acostumbrado entrenamiento para desplazarse en la oscuridad se puso a prueba, encontrándose más de una vez derribado ante el cruce de matorrales que de manera inesperada le hacían caer de bruces, lo cual solo incrementaba su enojo ante los taladores.

El escenario era por demás contrastante, la niebla cubría desde el suelo y hasta la mitad de los enormes pinos, y repentinamente desaparecía para continuar una clara visibilidad e inusual transparencia que podían distinguirse las hojas en su movimiento constante con el viento, resaltando detalles inusuales de su follaje por el reflejo tan intenso que de las estrellas y cometa emanaban.

Justo frente a él, a escasos pasos distinguió la fuente de la cual provenía el molesto ruido; La sangre se le heló.

Frente a él, un extraño ser sacrificado sin cabeza emitía el siniestro ruido; todo él era de metal. En el pecho sobresalían dos enormes placas que simulando las costillas chocaban entre sí lo que originaba el tenebroso rechinar; las placas se estrellaban una con la otra como dos puertas al garete, a voluntad del viento.

Recobrando medianamente la calma, saltó vigoroso hacia el frente, hacia el hombre de metal, para derribarlo y entablar una desigual lucha, ya que el ser extraño, levantándose con suma facilidad, le asesto un puñetazo en medio del rostro, Ehécatl aturdido, fue a dar a más de un metro de distancia por el suelo, de bruces, ensangrentado.

Aún no acaba de levantarse cuando su rival extrajo de su cintura un extraño objeto, el cual arrojó una centellante luz que se acompaño con un intenso dolor que provenía de la pierna derecha de Ehécatl.

Observó su muslo y se dio cuenta de inmediato de la gravedad de su herida; el dolor era indescriptible, no perdió la calma, observaba que prácticamente su pierna se desprendía ya que solo era sostenida por una pequeña astilla de hueso y algunos tendones.

Se arrojo nuevamente hacia su atacante y esta vez logró introducir firme y valerosamente la mano a través de las placas metálicas y arrancar el corazón, que sabía, por alguna extraña razón, hacia de su oponente un ser prácticamente invencible.

El cuerpo del gigante de metal se desvaneció y arrastró tras de sí a Ehécatl, quién con la mano aún dentro de su pecho sintió como empezó a caer en un túnel oscuro y sin fondo.

Ehécatl se despertó exaltado, la sobria decoración de su cuarto lo relajo; en su ventana la brillantes de la madrugada que ya anunciaba el nuevo día lo hizo respirar con gran tranquilidad, se limpio el sudor y volvió a recostarse para quedar ahora sí profundamente dormido.
La potente corneta de un camión de transporte de materiales de construcción sacó a Fernando Manrique de su inusual lectura; atemorizado, subió automáticamente sus piernas para dejar pasar la escandalosa mole de hierro. Por un momento observó claramente el rostro del conductor quién a carcajadas festejaba su oportuna broma. Fernando también se rió un buen rato.
Ya calmado de su espontánea reacción y de muy buen ánimo miró a su alrededor, pensó: Yo aquí con todo el supuesto poder que tengo, sentado, atornillado diría yo, ante esta circunstancia de mi vida; además, muy a gusto, sonrió. Sin embargo, si el sábado anterior estaba intrigado por el anciano indigente; ahora estaba confundido, muy confundido, pensó; ¿quién es realmente o mejor dicho, quién era el anciano ese que es capaz de escribir esa historia?, Un leve viento empezó a soplarle en la cara lo cual lo hizo levantar la cabeza y darse cuenta que el sol prácticamente llegaba al cenit. Eran cerca de las 11:30 de la mañana.
Observó el paquete de papeles a su lado y reflexionó: ¿acaso estos papeles contienen la clave para encontrar la fortaleza y los motivos para emprender una verdadera “cruzada” contra la pobreza?
Estoy aquí frente a la miseria, --y observo a los niños indigentes que en un pequeño circulo consumían algunas tortillas con frijoles-- el mensaje es muy claro, sí estoy aquí sentado, seguro que mi misión es encabezar esa cruzada, tengo los medios y el dinero para impulsarla. En esta bolsa --tomó el siguiente rollo de papeles-- sé que está la clave para lograrlo.
Extendió el siguiente rollo, este era un poco menor que el anterior, estaba sujetado con un pedazo de agujeta negra, jaló levemente uno de los extremos y tomó con las dos manos los papeles extendidos, continuó leyendo.

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