lunes, 15 de octubre de 2007

El Sexto Sol

CAPITULO III
(primera parte)

Por: Juan Silvestre Lechuga Peña
Un nuevo horizonte




Muy Soberano Señor: La mayor cosa después de la creación
del mundo, sacando la encarnación y muerte del que lo crió,
es el descubrimiento de Indias...”

Francisco López de Gómara.
Dedicatoria a Carlos V
Historia General de Indias.


Puerto de Cádiz, España, 24 de mayo de 1519.

De un tremendo manotazo, sorpresiva involuntariamente, Manuel de Mendoza y Aguilar hizo volar por el aire el tarro con vino; el líquido se derramó sobre la mesa de madera y fue a dar directamente a los pantalones de cuero del dueño de la posada, la enorme veladora que se colocaba siempre al centro de la mesa; las velas, al igual caída, fue levantada rápidamente por Manuel quién apenado continuó:

¡Es verdad, lo juro¡ exclamó retirándose el pelo tirado en su frente. Es cierto, es como estar en el infierno, nada es igual como lo conocemos aquí, son grandes infieles, se comen entre ellos, nada es igual, es el mismísimo infierno; por todos lados hay sangre y muerte, son verdaderos emporios del mal, curan con las manos y con danzas; están protegidos por el demonio.

Manuel de Mendoza, entrenador de perros del puerto de Cádiz, de tremenda estatura y grandes músculos, hijo de Don Manuel de Mendoza y Góngora, oficial primero de la guardia del Rey Carlos V, encargado de vigilar con fuerte guarnición de soldados la puerta de entrada a la ciudad que daba al continente, --la puerta era el primer sitio en el campo de batalla donde se enfrentaban a las constantes invasiones de los moros; el célebre Solimán y sus huestes bien valían esa y otras defensas--. Precisamente, en las guerras contra los moros, Manuel se había distinguido por su fiereza en el combate, siempre acompañado de diez poderosos lebreles.

Para Manuel la vida siempre fue de aventura en aventura; recientemente se había apoderado de él la idea de que su vida no tenía más sentido en Cádiz, que su futuro estaba condenado al fracaso y desamor. Creía que viajando a las Indias, por lo que había escuchado, encontraría acción y fortuna; para lograrlo, estaba decidido a enfrentar si fuese necesario a los mismísimos demonios del infierno.


No paraban de sudar, el calor sofocante de cuarenta grados en el puerto hacia que todos los presentes estuvieran totalmente empapados, el olor de la posada era insoportable.

Alberto de Cáceres, amigo de Manuel y compañero de infancia, juerga y afición por los perros, después de beberse el vino de un solo trago y limpiarse con el dorso de la mano las comisuras de la boca le contestó:

Hablas como si ya hubieses estado allí, tiemblas como si tu cuerpo hubiera tenido contacto con Lucifer, mejor bebe y por cierto, da de comer a tus perros que hace un momento estaban trabando pelea con los gatos, es más, se trataban de tragar a los gatos, terminó.

Estallaron algunas carcajadas; la más ruidosa, la de Bartolomé, el propietario del local, era parecida al rebuznar de los asnos, de repente calló y de inmediato atrajo las miradas de los ahí reunidos. Sabiéndose dueño de la situación, tanto por ser el anfitrión como por su nada despreciable fortuna, les dijo:

Par de cobardes, si les financiara la empresa, si les perdonara la enorme deuda que tienen aquí, --señaló con el dedo índice la enorme barrica que había en el fondo de la posada-- si le diera de comer a tus perros y miró fijamente a Manuel, quien enrojecido por la enorme cantidad de vino incorporada a su persona, intentó abrir aún más los ojos, sin duda sorprendido por lo que escuchaba.

¿Se atreverían a ir a las Indias?, Nada les faltara de aquí hasta que parta la siguiente nave; dicen que ésta sí va de verdad equipada, como para hacer frente a cualquier enemigo; si no, vayan a verla mecerse altiva en la bahía, señaló con tono nostálgico, como el de aquel que añora tener menos años de vida y acompañar a ese par en la aventura.

Podrás disponer de toda la carne que necesites para los animales Manuel, y a mí consentido, el Nerón, le das, si tú quisieses hospedaje en la cocina, tú podrás quedarte en el corral de los cerdos, remató, seguido de una nueva ola de carcajadas y gritos.

Limpiándose las lágrimas, prosiguió:

Al final, si es que regresan vivos, me pagan lo invertido, me traen cien mujeres alegres, como las mejores gallinas de Cádiz, especias y todas las gemas preciosas que les quepan en sus asquerosas manos, ustedes deciden, terminó.

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